Son los que siempre dicen "eso no es tan sencillo", pues no quieren simplificar los problemas, eso dejaría patente su ineptitud. Así, es costumbre, crear comisiones o estudios varios para buscarle tres pies al gato, complicar las actuaciones y justificar sus inmerecidos e inmorales sueldos.
Cuando alguien dice que sobran politicos o estas cosas que vemos todos, toda esta ralea le acusa de populista con la connotación de demagogo o simplón, (casi seguro desconociendo la mayoría de ellos que populus aparte de englobar a los conocidos como Chopos, es el sustantivo de pueblo).
Pero es lo que hay y es lo que nos merecemos.
Estoy seguro de que a Cristobal Mondragon muchos en su época le acusarían de populista o de lo que se acusase en esos tiempos a la gente que hacia bien su trabajo en beneficio de su país.
Es un texto de Pérez Reverte, yo solo le cambiaría de titulo, de "Una historia de violencia" lo tornaría a "Un populista"...Pues gente que toma decisiones acertadas y valientes en el momento justo, es a menudo recompensada con desprecio y condenada al olvido.
Actualmente se les llama populistas y son menospreciados.
Una historia de violencia
XLSemanal - 26/9/2011
Me dan la bronca algunos lectores veteranos porque hace tiempo que no hablo de esos personajes e historias del pasado que a veces, para bien o para mal, ayudan a encajar el presente. Así que, para quienes echan de menos las historias del abuelo Cebolleta, hoy tocamos esa tecla, recordando a uno de esos fulanos sobre los que, de nacer en otro sitio, habría novelas, películas y series de la tele. Pero nació aquí, aunque pasó la vida fuera de España, ganándose el pan con una espada. Así que tenía pocas posibilidades de figurar en los libros de texto de los colegios. Como dijo no recuerdo qué político analfabeto de los que mezclan churras con merinas, la violencia no educa.
Año 1547. La España del emperador Carlos V tiene al mundo agarrado por las pelotas. Los príncipes protestantes se han puesto flamencos, y les caen encima, entre otros, los tercios de infantería española. La cosa se dilucida en Mühlberg, con el río Elba entre los ejércitos del elector de Sajonia y el del emperador. Se acomete la gente, se retiran los luteranos, y en mitad del pifostio hay un momento delicado. Huyendo ante el empuje de la vanguardia mandada por el duque de Alba, que siega como una guadaña, los alemanes -marcando el paso de la oca, o lo que marcaran entonces- pasan el río por un puente de barcas, lo recogen en la otra orilla, y para defender el único vado y cubrir su retirada acumulan allí enorme cantidad de artillería y arcabuceros. De manera que al llegar los españoles granizan balas sobre los arneses. El de Alba, cabreadísimo, va de un lado a otro sin saber cómo hincarle el diente al asunto, pues los tudescos van a enrocarse tras las murallas de la plaza fuerte, y de allí no los sacarán ni con Tres en Uno. El emperador está a punto de llegar con el grueso del ejército, encontrando el paso bloqueado; y además, los enemigos empiezan a incendiar las barcas. Como para ingerir cianuro.
Entonces ocurre una de esas cosas que a veces nos pierden a los españoles y otras nos salvan. Algo muy nuestro. Muy de aquí. Porque de pronto, en mitad del carajal, a un soldado del Tercio Viejo se le va la pinza y empieza a ciscarse en los alemanes y en todos sus muertos; y jurando en arameo se pone la espada entre los dientes, echa a nadar por el vado bajo una lluvia de arcabuzazos, llega a la orilla con dos cojones, arremete contra los alemanes echando espumarajos, y mata a cinco. Tras él, por vergüenza torera y porque está feo dejarlo ir solo, se han echado al agua su capitán y nueve soldados, que salen chapoteando y gritando «España, cierra, cierra», como animales. Imagínense el cuadro y las pintas de mis primos, aullando mojados de barro y con ojos de locos, de mucho matar, con sus barbas, espadas, escapularios y demás parafernalia. De ese modo los colegas llegan a tiempo de ayudar al que pelea a la desesperada, acuchillando a mansalva. Así, entre los diez, hacen un escabeche de toma pan y moja. Y mientras los alemanes deciden que es momento de salir por pies a buscar unas cervezas, los españoles, chorreando agua y sangre ajena, apagan el incendio, reconstruyen el puente, y cuando llega el emperador, su ejército lo pasa tranquilamente, alcanza al enemigo, y al elector de Sajonia y a su puta madre les da las suyas y las de un bombero.
Después, Carlos V pregunta quién fue el majara que cruzó el río. Y le presentan a un oscuro soldado de padres vascos aunque nacido en Medina del Campo, llamado Cristóbal Mondragón. Y allí mismo, sobre el campo de batalla, el emperador lo llama «el mejor soldado del mejor tercio de la infantería española» y lo nombra alférez. Al capitán que lo siguió lo asciende a maestre de campo, y a los nueve soldados les da tanto dinero que Lope de Vega, en su comedia El valiente Céspedes, dirá más tarde que los ha cubierto de oro.
¿Colorín colorado? Casi. Y no como habría debido ser. Con el tiempo, Mondragón se convirtió en uno de los más destacados militares españoles en las guerras de Flandes. Amado por sus hombres, eso le granjeó -no podía ser de otra manera-, odios y envidias en España. Y Felipe II, al que sirvió con tanta devoción y valor como al padre, se portó con él como un miserable. Cuando ya veterano volvió a su patria y solicitó expediente de nobleza, los jueces se las arreglaron para inventarle antepasados judíos. Humillado, lleno de amargura y vergüenza, Mondragón regresó a Flandes, de donde no había de volver nunca. Acabó con noventa años, digno hasta el fin, ordenando que lo pusieran en la ventana para que sus soldados, que lo adoraban, lo viesen morir. En su testamento pedía, en pago a sus servicios, la castellanía de Amberes para su hijo y una capitanía de lanzas para su nieto. El rey, naturalmente, no concedió ni la una ni la otra.
Una historia de violencia
XLSemanal - 26/9/2011
Me dan la bronca algunos lectores veteranos porque hace tiempo que no hablo de esos personajes e historias del pasado que a veces, para bien o para mal, ayudan a encajar el presente. Así que, para quienes echan de menos las historias del abuelo Cebolleta, hoy tocamos esa tecla, recordando a uno de esos fulanos sobre los que, de nacer en otro sitio, habría novelas, películas y series de la tele. Pero nació aquí, aunque pasó la vida fuera de España, ganándose el pan con una espada. Así que tenía pocas posibilidades de figurar en los libros de texto de los colegios. Como dijo no recuerdo qué político analfabeto de los que mezclan churras con merinas, la violencia no educa.
Año 1547. La España del emperador Carlos V tiene al mundo agarrado por las pelotas. Los príncipes protestantes se han puesto flamencos, y les caen encima, entre otros, los tercios de infantería española. La cosa se dilucida en Mühlberg, con el río Elba entre los ejércitos del elector de Sajonia y el del emperador. Se acomete la gente, se retiran los luteranos, y en mitad del pifostio hay un momento delicado. Huyendo ante el empuje de la vanguardia mandada por el duque de Alba, que siega como una guadaña, los alemanes -marcando el paso de la oca, o lo que marcaran entonces- pasan el río por un puente de barcas, lo recogen en la otra orilla, y para defender el único vado y cubrir su retirada acumulan allí enorme cantidad de artillería y arcabuceros. De manera que al llegar los españoles granizan balas sobre los arneses. El de Alba, cabreadísimo, va de un lado a otro sin saber cómo hincarle el diente al asunto, pues los tudescos van a enrocarse tras las murallas de la plaza fuerte, y de allí no los sacarán ni con Tres en Uno. El emperador está a punto de llegar con el grueso del ejército, encontrando el paso bloqueado; y además, los enemigos empiezan a incendiar las barcas. Como para ingerir cianuro.
Entonces ocurre una de esas cosas que a veces nos pierden a los españoles y otras nos salvan. Algo muy nuestro. Muy de aquí. Porque de pronto, en mitad del carajal, a un soldado del Tercio Viejo se le va la pinza y empieza a ciscarse en los alemanes y en todos sus muertos; y jurando en arameo se pone la espada entre los dientes, echa a nadar por el vado bajo una lluvia de arcabuzazos, llega a la orilla con dos cojones, arremete contra los alemanes echando espumarajos, y mata a cinco. Tras él, por vergüenza torera y porque está feo dejarlo ir solo, se han echado al agua su capitán y nueve soldados, que salen chapoteando y gritando «España, cierra, cierra», como animales. Imagínense el cuadro y las pintas de mis primos, aullando mojados de barro y con ojos de locos, de mucho matar, con sus barbas, espadas, escapularios y demás parafernalia. De ese modo los colegas llegan a tiempo de ayudar al que pelea a la desesperada, acuchillando a mansalva. Así, entre los diez, hacen un escabeche de toma pan y moja. Y mientras los alemanes deciden que es momento de salir por pies a buscar unas cervezas, los españoles, chorreando agua y sangre ajena, apagan el incendio, reconstruyen el puente, y cuando llega el emperador, su ejército lo pasa tranquilamente, alcanza al enemigo, y al elector de Sajonia y a su puta madre les da las suyas y las de un bombero.
Después, Carlos V pregunta quién fue el majara que cruzó el río. Y le presentan a un oscuro soldado de padres vascos aunque nacido en Medina del Campo, llamado Cristóbal Mondragón. Y allí mismo, sobre el campo de batalla, el emperador lo llama «el mejor soldado del mejor tercio de la infantería española» y lo nombra alférez. Al capitán que lo siguió lo asciende a maestre de campo, y a los nueve soldados les da tanto dinero que Lope de Vega, en su comedia El valiente Céspedes, dirá más tarde que los ha cubierto de oro.
¿Colorín colorado? Casi. Y no como habría debido ser. Con el tiempo, Mondragón se convirtió en uno de los más destacados militares españoles en las guerras de Flandes. Amado por sus hombres, eso le granjeó -no podía ser de otra manera-, odios y envidias en España. Y Felipe II, al que sirvió con tanta devoción y valor como al padre, se portó con él como un miserable. Cuando ya veterano volvió a su patria y solicitó expediente de nobleza, los jueces se las arreglaron para inventarle antepasados judíos. Humillado, lleno de amargura y vergüenza, Mondragón regresó a Flandes, de donde no había de volver nunca. Acabó con noventa años, digno hasta el fin, ordenando que lo pusieran en la ventana para que sus soldados, que lo adoraban, lo viesen morir. En su testamento pedía, en pago a sus servicios, la castellanía de Amberes para su hijo y una capitanía de lanzas para su nieto. El rey, naturalmente, no concedió ni la una ni la otra.
Me imagino a los "inclitos" de la Corte, diciendo que su hazaña no fue tal, que es exagerado su merito, que quien se había pensado que era él para ser noble.
Ahora a los que pedimos elecciones democráticas de verdad (que todos los votos cuenten igual), listas abiertas, unos servicios públicos de verdad con menos mamones, sinvergüenzas y analfabetos con infulas en política, nos llaman populistas.
Pues, muy bien, a partir de ahora soy un populista más y aseguro que si alguien vota a pesoe o pp, que son los mismos perros con diferentes collares (lo de perros con perdón del orden cánido), esta ayudando a que esta ralea se perpetué en el poder.
Pues son los descendientes directos de los que condenaron a gente como Don Cristobal Mondragón al olvido de su pueblo.
Antes eran condes, duques y demás sinvergüenzas ahora son secretarios generales, directores de departamentos, secretarios de estado y demás calaña.
Así que luego no nos justifiquemos, somos los responsables de que esto continué así.
Que Fortuna nos propicie populismo.
Te veo contento eh...
ResponderEliminarEste país está devorado por la envidia.
Y el odio.
De todos contra todos.
Conmigo que no cuenten para nada.
Ni los unos ni los otros.
El resto de mi vida lo pienso dedicar a aislarme lo más posible de este entorno repugnante.
Saludos.
Lo curioso es que el asunto de la envidia debe de ser mundial, porque hace poco leí a un escritor sueco -no recuerdo su nombre- que el pecado tradicional de los suecos es ¡la envidia!
ResponderEliminarY no creo que haya muchas diferencias con el resto del planeta. La diferencia entre España y otros paises está en el escaso control que existe aquí sobre los que administran, sobre los que mandan. Hay muy poca participación ciudadana, y en eso sí que somos distintos a la mayoría de Europa.
Pues habrá que irse para Flandes...
ResponderEliminarAquí solo se valora a los pillos, a los aprovechados, a los que se revuelven bien en este mar de golfos.
Hasta que ya no aguantemos más.
Besos.
Yo creo TEMU, que ni Reverte, ni tú habláis aquí de nada que tenga que ver con el populismo, a veces si no se tiene claro el concepto, las conversaciones se convierten en una ensalada de grillos, ahora comprendo lo que dijiste en mi entrada...
ResponderEliminarVerás, un populista, prometería conseguir eso..¡¡si le votan!!, haría cosas ¡¡sólo para ganarse la simpatía de sus votantes!!, ¡¡calentaría!! la cabeza con discursos incendiarios, ¡¡azuzaría!! a los unos contra los otros sobre todo si los otros son odiados y demonizados antes...
ESTO ES POPULISMO Y fíjate a quienes nombra como populistas...
¿De verdad quieres más gente de esta calaña? yo desde luego NO y creo que tú, tampoco.
Nada que ver con lo que Reverte cuenta aquí, que es la historia habitual de un gran estratega no reconocido en su tiempo, ninguneado, no recompensado y todo más por mezquindad, que por envidia... porque los que lo zancadillearon ni si quiera eran militares, eran cortesanos...
Al final Reverte pide lo que todos deseamos... si lo hiciera por dar gusta a los que le leen sería un populista... si lo desea de verdad para todos, no.
Quizá tú usas el término populismo en el sentido de los romanos, pero en ese sentido ya nadie lo usa, si a caso Tú y Reverte:-)
¿Me comprende usted Sr Templario?
Un besito y buen día... que vendas mucho... ahí si que puedes ser populista...¡¡toooodo lo que necesites!!
Hay que darle la oportunidad a otra gente, para que demuestren que toda la ralea política no es igual.
ResponderEliminarQue quedan esperanzas.
Me está gustando últimamente UPyD.
Veremos...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPaso de las hazañas bélicas, como mucho las aguantaba de pequeño en comic pero ahora de adulto como que no. Como que uno cree que detrás de tanto héroe con puñal en la boca hay un gilipollas borracho de fama, nobleza o alcohol.
ResponderEliminarReverte en ese texto lamentable, tiene otros buenos, es un populista realmente deleznable. Usa un lenguaje que considera provocador, de sarcástico Philip Marlowe reivindicando tiempos pasados para dar cuente de las lacras contemporáneas. Parece que lo único que le mola es el honor patrio, el honor perdido. Un Quevedo desfasado y casposo que cree que en nombre de la patria cualquier cosa es posible, algo muy populista.
Los que hemos sabemos del fenómeno sabemos lo que se esconde detrás del populismo: ideólogos del todo vale sobre todo para sus bolsillos, tras el lenguaje de las idolatradas banderas y el supuesto amor al pueblo. Pura parafernalia. En el afán de simplificar, pretende que todo sea dirigido por uno que se arroga a su mismo la condición de conocedor y por tanto conductor de las masas. Hitler era populista. Franco y Mussolini eran populistas. Perón y Stalin eran populistas. Como lo es Chaves y lo es Fidel. La peliteñida esa de Rosa Diez también pretende ser populista pero se le ven las costuras de su ambición y los colmillos de vampiro. Se ve que detrás de ella solo hay una oquedad ambiciosa. Si hubiera ganado las elecciones para Secretaria General del PSOE en el año 2000, otro gallo le cantara
Toro, esa es la palabra, envidia, no más pero no menos...
ResponderEliminarPaseante, aquí una minoría fomentada por el bipartidismo y las listas cerradas, ha creado una clase de apesebrados dispuestos a todo con tal se salir en las listas. Adiós a pensamientos nuevos, encerrados en sus listas...
ResponderEliminarBlue, aquí uno que roba a la Administración esta bien visto, y uno que coge un puesto de libre designación en vez de recibir criticas le dicen que mira que espabilado, como vive del cuento..
ResponderEliminarMaria, Reverte no habla de populismo, yo si. Se a lo que llamas populismo y se que a mis ideas les han llamado populistas en un tono despectivo. Cuando critico al sistema electoral, cuando pido listas abiertas, cuando digo que la administración tiene que adelgazarse de tamaño y fortalecerse en estructura y algunas cosas más. No me he equivocado.
ResponderEliminarLos que no dieron honores en su tiempo a Don Cristobal, seguramente argumentarían que era ceder a reivindicaciones populistas...
Tesa vota a quien te convezca, pero no te dejes engañar con que tu voto es útil, tu voto siempre es útil si votas a quien te de la gana, faltaría más...
ResponderEliminarDoctor, cada héroe tiene sus razones, pero arriesgarse a morir en un ataque casi suicida, me imagino que vendrán por otras causas. Reverte, solo hace una reflexión sobre como unos gobernantes aislados de la sociedad, no recompensan méritos. Esos son los que nos mandan a las guerras, los que celebran las derrotas en vez de las victorias y son los que hacen que no nos tengamos aprecio unos a otros. Los que ponen en primera fila las diferencias obviando de forma tortera las similitudes. Sobre simplificar, hay muchas cosas en este país que se pueden y se deben simplificar, como por ejemplo las múltiples administraciones, ¿eso es populismo o sentido común?. En el caso de Rosa Diez, no gano el que salio y su programa no le gusto y en vez de quedarse en busca de un más que posible puestecito se fue y creo un partido, a mi me parece consecuente. Pero cada uno que piense lo que quiera...
ResponderEliminar14
ResponderEliminarPor pedir esas cosas TEMU, te lo vuelvo a decir, no eres populista, ni nadie que sepa lo que significa ser populista te lo puede llamar con propiedad. Podrá estar de aucerdo o no contigo... pero si pides eso creyendo en ello tú tienes de populista lo que yo de bombera.
ResponderEliminarTampoco tiene ningún sentido suponer( menos en la época de este Cristóbal, sobre el siglo XVI ) que no le dieran el reconocimiento que mereciera por ser populista ¿pero te das cuenta qué lío? simplemente cayó en desgracia y punto...por mezquindad, por envidia, por ratería, por lo que fuera...
Yo creo que a los soldados que lo hicieron bien, dentro de lo que hacen que es matar y se las trae hablar de hacer bien eso, sí se les debe los honores que a otros por lo mismo o menos se le rinden... otra cosa es si de verdad la historia es como la cuentan... nunca se puede descontextualizar la historia, al final... si miramos con lupa... no se salva ni Rita... pero ahí están las estatuas pedestres de no se cuentos héroes...si unos lo son, pues todos y si no ninguno.
Lo siento TEMU, pero sigo creyendo que sí que estamos confundiendo muchos conceptos... al menos leyéndote, tengo esa sensación, como que no hablamos de lo mismo.. pero en fin, no importa.
Un beso y 15:-)
Maria, no pasa nada por ser populista y si que me han llamado populista por decir cosas como estas.
ResponderEliminarCristobal cayo en desgracia por ser bueno en su trabajo, donde otros fracasaron el triunfo
y eso se lleva muy mal en determinados círculos....
Un beso.