Ayer volví a ver La lista de Schindler, creo que esta película junto con El Padrino, son las dos películas que más he visto en mi vida, son mis favoritas, cada una en lo suyo y cada una por diferentes razones.
La lista de Schindler es brillante, descriptiva, emocionante y emotiva, pocas cosas más se pueden pedir a una película que deja de ser una película para transformarse en una auténtica obra de arte.
Después de haberla visto, no sé las veces, pero muchas, me estremezco, me remueve la conciencia, me rebelo ante la injusticia y la barbarie absolutas encarnadas en personas que se creen dioses con poder sobre la vida y la muerte.
Para mi es un canto a la vida desde la muerte, es una ilusión desde la denuncia, es mostrar la luz que siempre vive incluso en los momentos de mayor oscuridad. Es esperanza, es saber que siempre, siempre, siempre, hay gente buena, buenas personas.
A decir verdad, lo reconozco, esta película me emociona hasta tener que contener las lágrimas, lágrimas de emoción, pero también lágrimas de rabia y eso después de haberla visto muchas veces... muchas...
Estuve en Dachau hace unos años y todavía se respira allí algo, no se, intangible, pero que algunos podemos percibir si no nos dedicamos a sacar las estúpidas fotos de recuerdo que, personalmente, nunca saco.
El horror, la barbarie industrializados la producción en serie de la muerte y el sufrimiento individual (no hay sufrimiento colectivo) flotan en el aire en un cóctel brutal, más allá de las explicaciones y la Historia, algo está allí.
Son lugares donde si dejamos correr nuestro espíritu libre este se impregna con un mensaje, con unas vivencias pretéritas, que no debemos que no podemos olvidar, que no podemos ni debemos intentar manejar o dirigir. Son las que son y son más que suficiente para rebelarnos firme y decididamente contra determinadas cosas. En mi modo de ver las cosas, claro.
Que Fortuna nos conserve a genios como Steven Spielberg.