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martes, 13 de junio de 2023

El atropellador y el picoleto.

 



Una mañana, en Madrid y hace ya varios años, presencié una escena a la que creo haberme ya referido en otra ocasión, en esta misma página: un fulano con muy mala pinta, evidentemente empastillado hasta las trancas, amenazaba a los transeúntes con un cuchillo de notables dimensiones. Mariconas, decía. Que voy a daros a tós pa dentro, mariconas. Frente a él había dos policías nacionales de uniforme, fuska en mano, intimándolo, dicho sea en lenguaje administrativo, a deponer su actitud. Pero el otro no sólo no la deponía, sino que insultaba a los policías y a los transeúntes y amagaba dar tajos con el cuchillo. Mariconas, etcétera. Los maderos se miraban entre ellos, como diciendo qué carajo hacemos, colega, y ninguno se decidía a meterle en el cuerpo a aquel pájaro un balazo que lo dejara seco. Sabían la ruina que les caería encima como apretaran el gatillo. Y claro. Consciente del asunto pese al colocón que llevaba, el fulano del baldeo, tras amenazar un poquito más, salió corriendo de pronto como un cohete, seguro de que nadie lo iba a parar en serio. Los dos policías corrieron detrás, desaparecieron los tres de mi vista, y no sé en qué acabó la cosa, pues al día siguiente no leí nada en los periódicos. Supongo que no lo pillaron. O sí, cualquiera sabe. Pero recuerdo muy bien lo que me quedé pensando: para nada quisiera estar en la piel de esos dos pringados. De esos dos policías.


Me acordé ayer de eso, varios años después, al enterarme de que el Tribunal Supremo acaba de absolver a un guardia civil que en 2009 –estamos en 2016– mató de tres disparos, al término de una accidentada peripecia automovilística, a un fulano al que él y sus colegas picoletos habían estado persiguiendo a toda leche, con los pirulos azules destellando y las sirenas haciendo pi-po, pi-po, por las provincias de Ávila, Toledo y Madrid, después de que el pavo se saltara un control policial y provocase varios accidentes en su fuga, y para acabar la fiesta intentara rematar en el suelo, atropellándolo por segunda vez, a un agente que estaba herido. Cosa que impidió el compañero del atropellado, soltándole cuatro tiros al malo, de los que tres hicieron blanco y se lo llevaron directamente al otro barrio.


Siete años, oigan. Se dice pronto. Ante ese caso clarísimo, probado con todas las de la ley, o sea, que dio matarile a un elemento peligroso en defensa de la vida de un compañero, el picoleto de los tiros ha estado judicialmente empapelado durante siete años, nada menos. Los cuatro primeros como imputado, lo que significa que durante ese tiempo su vida profesional estuvo estancada, sin posibilidad de ascensos ni recompensas. Luego, el calvario de recursos, contrarrecursos y citas judiciales, que le costaron un año y medio de baja por depresión, y el resto de zozobras, abogados, informes periciales y puñetas administrativas durante las que jueces de diversas instancias, hasta llegar al Supremo, anduvieron dilucidando si impedir que atropellen por segunda vez a un guardia civil es legítima defensa o agresión fascista, si los disparos se hicieron desde tal o cual distancia, si el vehículo tenía metida la primera o la segunda marcha, o si -lo que convertiría el acto de liquidar al malo en descarado abuso policial- éste había sido diagnosticado con anterioridad de trastorno bipolar, y en el momento de la persecución y el atropello sufría un lamentable brote psicótico. La criatura.


Siete años, insisto, ha empleado la lentísima Justicia española en decidir si un guardia que con todos los motivos del mundo se carga a un malo en acto de servicio es culpable o inocente. Siete años pendiente de un hilo, de zozobra y ruina, durante los que al agente en cuestión se le ha reventado la carrera y parte de la vida por utilizar –con óptima puntería, por cierto, detalle que no ha elogiado nadie– la pistola reglamentaria que el Estado le confió para que defendiera a los ciudadanos y a sí mismo en el desempeño de sus funciones. Y por ahí seguimos, incapaces de apreciar lo obvio: que del mismo modo que quien se extralimita de gatillo o de placa debe sentir encima todo el peso de la ley, a quien cumple su deber no se le puede maltratar de esa manera. Porque así, cada vez más, nos arriesgamos a que frente al fulano del cuchillo, ante el atropellador, ante el malo que siempre estará ahí, beneficiándose de nuestros derechos y libertades, pero también de nuestra estupidez y nuestra demagogia, el guardia al que le toque, aunque sea honrado y valiente, deje la pistola en la funda, mire hacia otro lado y piense: «Anda y que os proteja vuestra puta madre».


 Patente de Corso 15 Agosto 2016

 Don Arturo Pérez-Reverte

Que Fortuna nos proteja de los tontos que siempre están a salvo. 

lunes, 20 de septiembre de 2021

Fabricando injustos.

 Me lo cuenta el padre, que es amigo mío. Y me lo cuenta preocupado. Escríbelo tú que puedes, dice. Porque para estar preocupado no le falta razón.  Su hijo, al que llamaremos Pedro, o Pedrito, tiene doce años. Es un crío vivo y listo, rápido de cabeza, honrado, buen estudiante. De los que dicen buenos días, gracias y por favor. Además, le gusta leer libros y ver películas viejas con sus padres. Un chico, en fin, de ésos que vamos a necesitar mucho como adultos dentro de unos años: los que levantan la mano en clase, hacen sus propias preguntas y no se dejan comer el tarro, o no demasiado para los tiempos que corren, por el grupo ni la tendencia. Un niño como Dios manda.


Todo iba bien hasta el curso pasado, dice el padre. Obediente, educado, buenas notas. Así era Pedrito. Todo iba de perlas hasta que se cruzó el azar, reforzado por la estupidez humana. Y lo hizo en forma de niña. El suyo es un colegio mixto, de una ciudad grande: Valencia, para ser exactos. Unos treinta críos en clase, entre ellos y ellas. Convivencia normal, respeto mutuo, etcétera. Todo según los cánones actuales. Formado en el respeto a las niñas y la igualdad, Pedrito era de los que no pasaban por alto un comentario supuestamente machista, una frase hecha, un lugar común. Valoraba al otro sexo porque había sido educado para ello por sus padres y profesores. En esa materia era puntilloso, implacable como un gendarme prusiano. Sin embargo, llegó el día fatal. El incidente.


Ni siquiera fue en el colegio, señala amargo el padre. Fue en la calle, a la salida, cuando Pedrito y un grupo de niños y niñas charlaban esperando el autobús. Críos de doce años, repitámoslo. Surgió una discusión sobre los motivos de cada cual para ser delegado de clase, y en un momento determinado, sin que mediase acto previo ni provocación especial por parte de Pedrito, una niña –de carácter difícil, que ya había protagonizado otros incidentes en clase– le dio una bofetada. A ella la llamaremos Lucía. Al recibir el golpe, la reacción del chico fue automática: devolvió la bofetada. Todo acabó allí, al menos en esa fase del asunto. Llegó el autobús, fuéronse todos y no hubo más. Aparente final, de momento.


Pero de final, nada. Sólo era el principio. Al día siguiente, en el colegio, consejo de guerra: vista disciplinaria sumarísima por parte de los profesores. Los padres de la niña se habían quejado; y el colegio, sin escuchar a nadie más, comunicó por teléfono a los de Pedrito que su hijo quedaba suspendido durante dos semanas por agredir a una compañera. Los padres del chico no se tragaron el asunto tal cual, le preguntaron a él, hicieron llamadas telefónicas, lo interrogaron, preguntaron a los otros niños, acudieron al colegio exigiendo igualdad de trato. De ese modo lograron que se escuchase a los demás testigos y también a Pedrito, que compareció al fin para dar su versión ante los profesores, con la calma de quien tiene la conciencia tranquila. No negó en absoluto el hecho, asumió su parte de responsabilidad, confesó que fue la reacción instintiva a un golpe dado por Lucía, y con la honrada convicción de quien todavía no ha sido estropeado por la mierda de sociedad en la que vive y va a vivir, dijo: «Me pegó y le pegué sin pensarlo, es verdad. Nada más. Castigadme si lo hice mal, pero también ella lo hizo, y además me pegó primero. Así que castigadla también a ella. ¿No decís que los chicos y las chicas somos iguales?».


De nada, o de poco, sirvió el argumento. Reunido el consejo escolar, dictó sentencia final: Pedrito, suspendido una semana y nota negativa en su expediente. Lucía, absuelta de todo y tan tranquila, segura en adelante de su poder y su impunidad. Pero lo más grave, cuenta el padre, fue cuando el niño conoció la sentencia. Lo que dijo referido a sus profesores y también a sus padres: «Es injusto, me habéis estado engañando con eso de las chicas». No añadió nada más, y desde entonces no ha vuelto a comentar el asunto, como si quisiera borrarlo de su cabeza. Pero he notado algo, señala el padre. Y no me gusta. Ahora, cuando estamos viendo la televisión y hay una escena de reivindicación feminista, alguien defiende los derechos de la mujer o habla de igualdad o algo parecido, no falla: cada vez, Pedrito, impasible el rostro, cambia de canal si tiene el mando automático en las manos. Y si no, se levanta y sale de la habitación con el pretexto de beber un vaso de agua, hacer pipí, sacar al perro al jardín. Al cabo de un par de minutos regresa, mira de reojo la tele y se sienta de nuevo, imperturbable, silencioso. Y a su madre y a mí, dice el padre, nos llevan los diablos.


Publicado el 18 de septiembre de 2021 en XL Semanal.


 Últimamente me pasa como a Pedrito. 

 Hay una frase  que me gusta mucho, la digo tantas veces que no se ya si es mía o la leí en algún sitio, lo mismo da, lo importante es que viene "al pelo" con este tema.

 "No se puede hacer Justicia con injusticias".

  Con injusticias no se resuelve nada, se generan agravios comparativos y se crean más problemas añadidos. 

 Como decía en un blog hace poco, para resolver un problema hay que conocer las causas profundas del mismo. Si partimos de análisis erróneos no resolveremos nada, nuestras soluciones serán defectuosas, llegando incluso a agravar más el problema. 

 Análisis, templanza, inteligencia y equidad, son cuestiones no baladís en problemas sociales, en este y en el resto. Ahora díganme ¿cuántas personas relacionadas con temas sociales con estas características ven ustedes en este país?... Yo solo veo activistas, necesarios cuando no se gobierna para concienciar, pero muy peligrosos cuando se gobierna para todos, y es que todos debemos ser iguales en Derechos y Obligaciones, simplemente por que anteponen sus  creencias a la Justicia. 

  Recuerden la Tercera Ley de Newton.  




Que Fortuna nos sea propicia. 


P.D. Como ven yo no practico el lenguaje inclusivo, no comparto estupideces generadas por incompetentes sin capacidades mentales adecuadas para resolver problemas y si para generarlos donde no los había. Ave at que vale. 

martes, 18 de agosto de 2020

¿A quién beneficia?

Las mujeres de Felipe VI que pudieron ser reinas de España


 Hace tiempo que se levantó la veda, y con motivo. El rey Juan Carlos I, que pilotó la Transición y frustró el golpe de Estado que pretendía liquidar, a quien debemos un reconocimiento político indudable, se había ido hundiendo en un cenagal paralelo de impunidad y poca vergüenza, de trinque oculto y bragueta abierta, hasta el punto de acabar convirtiéndose en principal amenaza contra su propio legado. Para quienes pretenden liquidar la monarquía, el personaje lo estaba poniendo fácil, pues los sueños húmedos de no pocos protagonistas de la actual política acarician la imagen de un monarca compareciente, no ante un juez, sino ante un parlamento, con ellos en la tribuna y señalando con el dedo. Ejerciendo de acusadores públicos en plan Fouquier-Tinville con una guillotina simbólica al fondo, mientras sus papás y familiares los ven en directo por la tele y comentan: «Hay que ver lo alto que ha llegado mi Manolín, o mi Conchita, que le ponen la cara colorada a todo un rey».


Si he de ser sincero, dudo que la joven Leonor llegue a reinar algún día. Queda feo decirlo, pero es lo que pienso. Supongo que habré dejado de fumar para entonces, así que tampoco me afecta gran cosa. Pero el presente sí me afecta. Vivo en España y espero seguir haciéndolo unos años más; por eso necesito que éste sea un lugar habitable. No digo perfecto, sino habitable. Pero cuando oigo la radio o pongo la tele y escucho a la infame chusma que desde el Gobierno o la oposición maneja los resortes de mi vida, no me gusta lo que hay, ni lo que viene. Hay muchas cosas que ignoro; pero durante un tercio de mi vida viví en lugares peligrosos, y me precio de reconocer a un hijo de puta en cuanto lo veo.


Cuando me preguntan si soy monárquico o republicano suelo responder que lo que a mí me pone es una república romana con sus Cincinatos, sus Escipiones y sus Gracos, que tenía un nivel; o en su defecto, una república como la francesa, resultado de la que en 1789 cambió el mundo, hizo iguales a los ciudadanos, abolió privilegios gremiales, provinciales y de clase, e hizo posible que la bandera francesa ondee hoy en todas las escuelas y que, después de un atentado terrorista, en los estadios de fútbol se cante La Marsellesa. Soy republicano, en fin, de la rama dura, jacobina cuando haga falta: ciudadanos libres, pero leña al mono cuando ponen en peligro la libertad. Y lo de monarquías hereditarias, pues como que no. Cuando pienso en Fernando VII, Isabel II o Alfonso XIII, se me quitan las ganas. Pero estamos hablando de España, de ahora mismo. Y eso ya es otra cosa.


A ver si consigo explicarme. Una república necesita un presidente culto, sabio, respetado por todos. Un árbitro supremo cuya serenidad y talante lo sitúen por encima de luchas políticas, intereses y mezquindades humanas. Pero díganme ustedes un político, hombre o mujer, que en España encaje en esa descripción. Es más, ¿imaginan a ese árbitro supremo, esa autoridad absoluta, encarnados en Pedro Sánchez? ¿En Pablo Iglesias y su república plurinacional de la señorita Pepis? ¿En Mariano Rajoy y su obtusa y pasiva estupidez? ¿En ese payaso irresponsable y transatlántico llamado Rodríguez Zapatero, que desenterró una nueva guerra civil? ¿En la ridícula y embustera arrogancia de Aznar? ¿En un Felipe González al que ahora no se le cae de la boca la palabra España que mientras estuvo en el poder evitó siempre pronunciar? ¿En Rufián? ¿En Torra? ¿En Casado? ¿En Abascal? ¿En Irene Montero?


No sé ustedes; pero yo, que me hago viejo, necesito alguien por encima de todo eso. Un cemento común, mecanismo unitario que mantenga el concierto de tierras y gentes tan complejas y peligrosas que llamamos España. Sobre todo, porque los ataques actuales a la monarquía no responden a una reflexión intelectual de pensadores serios, sino al viejo afán centrífugo de demoler un Estado a cambio de golferías particulares, chanchullos locales, demagogias idiotas y argumentos de asamblea de facultad. ¿Imaginan una Constitución redactada por Echenique, Otegui o Puigdemont?… Pendiente de liberarse de la nefasta sombra de su padre, Felipe VI es un hombre sereno y formado, irreprochable hasta hoy, mucho más Grecia que Borbón. Estoy convencido de que es una buena persona y un sujeto honrado, y nada hay hasta ahora que me induzca a pensar lo contrario. Creo que es un buen tío, como solemos decir; y nadie que haya cambiado con él dos palabras afirmará lo contrario. Ama a España y cree de verdad ser útil para preservarla en tiempos de tormenta. Hace lo que puede y lo que le dejan hacer. Y en mi opinión es el único dique que nos queda frente al disparate y el putiferio en que puede convertirse esto si nos descuidamos un poco más. Se lo dije una vez: es usted un asunto de simple utilidad pública, señor. Que no es poco, tratándose de España. La delgada línea roja. Dije eso y sonrió como suele hacerlo, bondadoso y prudente. Y todavía lo quise más por esa sonrisa.


Original aquí 


 Bueno, iba a hacer una entrada sobre este tema, y el señor Reverte ha mostrado con mejores palabras y redacción un poco mi pensamiento. 

 Siempre pensé que el nepotismo es un cáncer para una sociedad que quiere desarrollarse plenamente, en todos los sentidos, cargos hereditarios o puestos señalados a dedo por seguir bien un catecismo no hacen favor a la evolución. Por eso siempre he sido partidario de las listas abiertas y de cambiar el sistema electoral de España, simplemente porque no creo que existan ideas mejores ni peores fuera de los extremismos, sino que lo que hay son malos y buenos actores, mejores o peores intérpretes de "una música" y que no hay música mala...   

 Ver pasearse la palabra democracia, pueblo, estado o nación en la boca de determinados individuos me produce  nauseas, porque para mi esas palabras tienen sentido, no per se, sino como un medio para un fin, que no es otro que la evolución positiva de una sociedad, tener mejores medios, alcanzar unos objetivos que nos beneficien a todos. 

 No es tarea fácil, para ello se necesitan personas con amplia visión, con un plan definido y una voluntad férrea. Desgraciadamente no las veo en este país, no digo que no existan, pues creo que las hay. pero no estan en politica y no lo están por este ambiente de atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa que reina en nuestra política, donde casi todo huele mal y todo es usado para engañar, manipular, estafar, defraudar u ocultar, solo hay que oírles hablar.

 Ese mercadeo infame de puestos al servicio de un supuesto ideario, ese torticero uso del lenguaje que entorpece la comunicación. La mentira es justificada por el simple hecho de que, como la emplean todos...ese el discurso, pero también es mentira, no la utilizan todos. En una orgía de gastos estériles que son un insulto a quienes nos tenemos que esforzar por generar recursos, toda una horda de parásitos, emulando a los antiguos cortesanos y curas, se apoltronan en puestos estériles cuya principal función, dia a dia, es justificar la existencia de los mismos. (nunca me cansaré de decirlo).   

 Cosas como que un empleado que esté mirando, por ejemplo, en un  Ay untamiento pueda transferirse momentáneamente o por un periodo determinado a la administración regional o nacional es una quimera en este país con tantas administraciones pero tan mal administrado, donde hay personas con sobre carga y otros mirando ante la complacencia de los dirigentes.. Aquí todos se cavan su parcelita y se atrincheran en ella, desde el jefe político al último funcionario. La parálisis se instala, el sistema sin la la sangre vital que debe moverlo, sufre la metamorfosis de instrumento a obstáculo y los ciudadanos debemos sufrirlo impeteritos con la amenaza de la sanción apuntandonos, para eso si son eficientes, los muy h.......s  

 Paga y calla debería poner en todas las administraciones. Soy muy observador, siempre me hizo bien contemplar las cosas, antes desde el prisma de la curiosidad, ahora, cada vez más, desde el escepticismo más profundo. Quizás es que he visto demasiado, he hablado con muchas personas de todos los niveles, de muchas las regiones y de muy variadas ocupaciones.. no se..

 Por eso me asquea que ahora, en medio de la mayor crisis en cuarenta años, con la economía al borde del colapso (no es exagerar) y con Europa haciendo un esfuerzo para darnos un dinero necesario y justo, ver que para dar un uso al mismo de forma constructiva, debemos montar un comité de expertos (otro), como si los que están gobernando fuesen estúpidos, ¿no eran ellos los expertos en dirigir, gobernar o administrar?, ver esto, la verdad es que andan como pollo sin cabeza y que en medio de esta terrible situación económica  tengamos estas conversaciones y estas discusiones, no se ya, si es que somos gilipollas o masocas.

  ¿A quién beneficia? solo se me ocurre esta pregunta. Y la respuesta no me gusta, no me gusta nada. 

 Quizás es que no han estudiado la Tercera Ley de Newton, o simplemente, en su fanatismo e ignorancia la han despreciado, que creo que es lo más probable. 

 Banda sonora de la entrada a continuación (ojo a la letra)



Que Fortuna nos ampare.

viernes, 15 de diciembre de 2017

Los godos del emperador Valente



En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano.

Y es que todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado. Que gobernantes irresponsables nos borren los recursos para comprender. Desde que hay memoria, unos pueblos invadieron a otros por hambre, por ambición, por presión de quienes los invadían o maltrataban a ellos. Y todos, hasta hace poco, se defendieron y sostuvieron igual: acuchillando invasores, tomando a sus mujeres, esclavizando a sus hijos. Así se mantuvieron hasta que la Historia acabó con ellos, dando paso a otros imperios que a su vez, llegado el ocaso, sufrieron la misma suerte. El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso -Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire- tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más.

Pagamos nuestros pecados. La desaparición de los regímenes comunistas y la guerra que un imbécil presidente norteamericano desencadenó en el Medio Oriente para instalar una democracia a la occidental en lugares donde las palabras Islam y Rais -religión mezclada con liderazgos tribales- hacen difícil la democracia, pusieron a hervir la caldera. Cayeron los centuriones -bárbaros también, como al fin de todos los imperios- que vigilaban nuestro limes. Todos esos centuriones eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta. Sin ellos, sobre las fronteras caen ahora oleadas de desesperados, vanguardia de los modernos bárbaros -en el sentido histórico de la palabra- que cabalgan detrás. Eso nos sitúa en una coyuntura nueva para nosotros pero vieja para el mundo. Una coyuntura inevitablemente histórica, pues estamos donde estaban los imperios incapaces de controlar las oleadas migratorias, pacíficas primero y agresivas luego. Imperios, civilizaciones, mundos que por su debilidad fueron vencidos, se transformaron o desaparecieron. Y los pocos centuriones que hoy quedan en el Rhin o el Danubio están sentenciados. Los condenan nuestro egoísmo, nuestro buenismo hipócrita, nuestra incultura histórica, nuestra cobarde incompetencia. Tarde o temprano, también por simple ley natural, por elemental supervivencia, esos últimos centuriones acabarán poniéndose de parte de los bárbaros.

A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar. Ya no se puede. Nuestra propia dinámica social, religiosa, política, lo impide. Y quienes empujan por detrás a los godos lo saben. Quienes antes frenaban a unos y otros en campos de batalla, degollando a poblaciones enteras, ya no pueden hacerlo. Nuestra civilización, afortunadamente, no tolera esas atrocidades. La mala noticia es que nos pasamos de frenada. La sociedad europea exige hoy a sus ejércitos que sean oenegés, no fuerzas militares. Toda actuación vigorosa -y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia- queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias. Detalle significativo: las operaciones de vigilancia en el Mediterráneo no son para frenar la emigración, sino para ayudar a los emigrantes a alcanzar con seguridad las costas europeas. Todo, en fin, es una enorme, inevitable contradicción. El ciudadano es mejor ahora que hace siglos, y no tolera cierta clase de injusticias o crueldades. La herramienta histórica de pasar a cuchillo, por tanto, queda felizmente descartada. Ya no puede haber matanza de godos. Por fortuna para la humanidad. Por desgracia para el imperio.

Todo eso lleva al núcleo de la cuestión: Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse.

Eso nos mete en el cogollo del asunto: la instalación de los godos, cuando son demasiados, en el interior del imperio. Los conflictos derivados de su presencia. Los derechos que adquieren o deben adquirir, y que es justo y lógico disfruten. Pero ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables. Además, incluso para las buenas conciencias, no es igual compadecerse de un refugiado en la frontera, de una madre con su hijo cruzando una alambrada o ahogándose en el mar, que verlos instalados en una chabola junto a la propia casa, el jardín, el campo de golf, trampeando a veces para sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho. Donde no todos, y cada vez menos, podemos conseguir lo que ambicionamos. Y claro. Hay barriadas, ciudades que se van convirtiendo en polvorines con mecha retardada. De vez en cuando arderán, porque también eso es históricamente inevitable. Y más en una Europa donde las élites intelectuales desaparecen, sofocadas por la mediocridad, y políticos analfabetos y populistas de todo signo, según sopla, copan el poder. El recurso final será una policía más dura y represora, alentada por quienes tienen cosas que perder. Eso alumbrará nuevos conflictos: desfavorecidos clamando por lo que anhelan, ciudadanos furiosos, represalias y ajustes de cuentas. De aquí a poco tiempo, los grupos xenófobos violentos se habrán multiplicado en toda Europa. Y también los de muchos desesperados que elijan la violencia para salir del hambre, la opresión y la injusticia. También parte de la población romana -no todos eran bárbaros- ayudó a los godos en el saqueo, por congraciarse con ellos o por propia iniciativa. Ninguna pax romana beneficia a todos por igual. Y es que no hay forma de parar la Historia. «Tiene que haber una solución», claman editorialistas de periódicos, tertulianos y ciudadanos incapaces de comprender, porque ya nadie lo explica en los colegios, que la Historia no se soluciona, sino que se vive; y, como mucho, se lee y estudia para prevenir fenómenos que nunca son nuevos, pues a menudo, en la historia de la Humanidad, lo nuevo es lo olvidado. Y lo que olvidamos es que no siempre hay solución; que a veces las cosas ocurren de forma irremediable, por pura ley natural: nuevos tiempos, nuevos bárbaros. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Quizá con el tiempo y el mestizaje otros imperios sean mejores que éste; pero ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima. En ese trayecto sólo hay dos actitudes razonables. Una es el consuelo analgésico de buscar explicación en la ciencia y la cultura; para, si no impedirlo, que es imposible, al menos comprender por qué todo se va al carajo. Como ese romano al que me gusta imaginar sereno en la ventana de su biblioteca mientras los bárbaros saquean Roma. Pues comprender siempre ayuda a asumir. A soportar.

La otra actitud razonable, creo, es adiestrar a los jóvenes pensando en los hijos y nietos de esos jóvenes. Para que afronten con lucidez, valor, humanidad y sentido común el mundo que viene. Para que se adapten a lo inevitable, conservando lo que puedan de cuanto de bueno deje tras de sí el mundo que se extingue. Dándoles herramientas para vivir en un territorio que durante cierto tiempo será caótico, violento y peligroso. Para que peleen por aquello en lo que crean, o para que se resignen a lo inevitable; pero no por estupidez o mansedumbre, sino por lucidez. Por serenidad intelectual. Que sean lo que quieran o puedan: hagámoslos griegos que piensen, troyanos que luchen, romanos conscientes -llegado el caso- de la digna altivez del suicidio. Hagámoslos supervivientes mestizos, dispuestos a encarar sin complejos el mundo nuevo y mejorarlo; pero no los embauquemos con demagogias baratas y cuentos de Walt Disney. Ya es hora de que en los colegios, en los hogares, en la vida, hablemos a nuestros hijos mirándolos a los ojos.  


Original aqui.


Que Fortuna nos aporte lucidez.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Lucidez



Dice que en España "somos rehenes de muchos siglos de mal Gobierno, de incultura, de religión católica, de oscuridad...". ¿Ve atisbo de mejora?


Siempre lo hay. Pero de que mejore a que cambie hay una gran diferencia. Sin cultura, y hablo de educación, no de cultura de diseño, no hay ciudadanos lucidos y sin ciudadanos lucidos no hay democracias eficaces. Es así de sencillo.




(Extracto de una entrevista a Don Arturo Pérez Reverte en Diario de Burgos)

También ha dicho:

"A veces la realidad castiga con pesadillas como Trump nuestros excesos de buen rollito, irrealidad y demagogia. Y no aprendemos nunca."

Pero esto no lo ha dicho en Burgos, lo que, como comprenderán ustedes, le quita cierto valor...

Como casi siempre, no puedo estar más de acuerdo con su visión...

Que Fortuna nos propicie lucidez.






miércoles, 3 de julio de 2013

Corso


Paso a menudo por la carrera de San Jerónimo, caminando por la acera opuesta a las Cortes, y a veces coincido con la salida de los diputados del Congreso. Hay coches oficiales con sus conductores y escoltas, periodistas dando los últimos canutazos junto a la verja, y un tropel de individuos de ambos sexos, encorbatados ellos y peripuestas ellas, saliendo del recinto con los aires que pueden ustedes imaginar. No identifico a casi ninguno, y apenas veo los telediarios; pero al pájaro se le conoce por la cagada. Van pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los destinos de España, camino del coche o del restaurante donde seguirán trazando líneas maestras de la política nacional y periférica. No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes a medida, zapatos caros y maneras afectadas de nuevos ricos. Oportunistas advenedizos que cada mañana se miran al espejo para comprobar que están despiertos y celebrar su buena suerte. Diputados, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato. Ni haber trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar a las nueve de la mañana, o buscar curro fuera de la protección del partido político al que se afiliaron sabiamente desde jovencitos. Sin miedo a la cola del paro. Sin escrúpulos y sin vergüenza. Y en cada ocasión, cuando me cruzo con ese desfile insultante, con ese espectáculo de prepotencia absurda, experimento un intenso desagrado; un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. No es un acto reflexivo, como digo. Sólo visceral. Desprovisto de razón. Un estallido de cólera interior. Las ganas de acercarme a cualquiera de ellos y ciscarme en su puta madre.

Sé que esto es excesivo. Que siempre hay justos en Sodoma. Gente honrada. Políticos decentes cuya existencia es necesaria. No digo que no. Pero hablo hoy de sentimientos, no de razones. De impulsos. Yo no elijo cómo me siento. Cómo me salta el automático. Algo debe de ocurrir, sin embargo, cuando a un ciudadano de 57 años y en uso correcto de sus facultades mentales, con la vida resuelta, cultura adecuada, inteligencia media y conocimiento amplio y razonable del mundo, se le sube la pólvora al campanario mientras asiste al desfile de los diputados españoles saliendo de las Cortes. Cuando la náusea y la cólera son tan intensas. Eso me preocupa, por supuesto. Sigo caminando carrera de San Jerónimo abajo, y me pregunto qué está pasando. Hasta qué punto los años, la vida que llevé en otro tiempo, los libros que he leído, el panorama actual, me hacen ver las cosas de modo tan siniestro. Tan agresivo y pesimista. Por qué creo ver sólo gentuza cuando los miro, pese a saber que entre ellos hay gente perfectamente honorable. Por qué, de admirar y respetar a quienes ocuparon esos mismos escaños hace veinte o treinta años, he pasado a despreciar de este modo a sus mediocres reyezuelos sucesores. Por qué unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y pagados de sí mismos, sin distinción de partido ni ideología, pueden amargarme en un instante, de este modo, la tarde, el día, el país y la vida.

Quizá porque los conozco, concluyo. No uno por uno, claro, sino a la tropa. La casta general. Los he visto durante años, aquí y afuera. Estuve en los bosques de cruces de madera, en los callejones sin salida a donde llevan sus irresponsabilidades, sus corruptelas, sus ambiciones. Su incultura atroz y su falta de escrúpulos. Conozco las consecuencias. Y sé cómo lo hacen ahora, adaptándose a su tiempo y su momento. Lo sabe cualquiera que se fije. Que lea y mire. Algún día, si tengo la cabeza lo bastante fría, les detallaré a ustedes cómo se lo montan. Cómo y dónde comen y a costa de quién. Cómo se reparten las dietas, los privilegios y los coches oficiales. Cómo organizan entre ellos, en comisiones y visitas institucionales que a nadie importan una mierda, descarados e inútiles viajes turísticos que pagan los contribuyentes. Cómo se han trajinado -ahí no hay discrepancias ideológicas- el privilegio de cobrar la máxima pensión pública de jubilación tras sólo 7 años en el escaño, frente a los 35 de trabajo honrado que necesita un ciudadano común. Cómo quienes llegan a ministros tendrán, al jubilarse, sólidas pensiones compatibles con cualquier trabajo público o privado, pensiones vitalicias cuando lleguen a la edad de jubilación forzosa, e indemnizaciones mensuales del 100% de su salario al cesar en el cargo, cobradas completas y sin hacer cola en ventanillas, desde el primer día.

De cualquier modo, por hoy es suficiente. Y se acaba la página. Tenía ganas de echar la pota, eso es todo. De desahogarme dándole a la tecla, y es lo que he hecho. Otro día seré más coherente. Más razonable y objetivo. Quizás. Ahora, por lo menos, mientras camino por la carrera de San Jerónimo, algunos sabrán lo que tengo en la cabeza cuando me cruzo con ellos.


Patente de corso
Esa gentuza
ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 05/7/2009



Que Fortuna os sea propicia.

lunes, 15 de abril de 2013

Tecnologias


Pongo la radio y me entero de que pronto podrán utilizarse los teléfonos móviles a modo de tarjeta de crédito, pues llevarán incorporados los datos y mecanismos necesarios. Ya no habrá que enseñar la tarjeta, identificarse con el deneí, firmar o introducir la clave de seguridad. Bastará con arrimar el teléfono al artilugio correspondiente, y la operación se efectuará con todas las de la ley. Clic, clac, sonará la maquinita. Hecho. «Es más fácil -decía el experto de turno-. Más cómodo». Explicada así, la cosa suena como un paso más en los avances de la Humanidad hacia el confort y la felicidad. Y claro. Si es más cómodo y fácil, no hay más que hablar. También harán lo mismo para los billetes de avión y de tren. Teléfono móvil para todo, o como se llame el artilugio en el futuro: Ipad, Ifone, Iyoquesé. Con todo dentro. Lo acercas al sitio, y funciona. Piiiii. Más fácil, ya saben. Más cómodo. Más simpático, también. Más divertido.

Y qué pasa con los que no, pregunto. Con los que no tienen móvil, o lo utilizan sólo para lo elemental, querido Watson. Qué hay de los carcas tecnológicos que estamos en nuestro derecho a exigir, no que las cosas sean fáciles, cómodas, divertidas o simpáticas, sino seguras y eficaces. Los que todavía somos de piñón fijo. ¿Qué pasará cuando un ciudadano que no se entienda con esos chismes desee utilizar tarjeta de plástico, dinero en metálico, billete de avión o de tren de toda la vida? ¿O cuando alguien tema que todo ese magreo tecnológico haga su cuenta bancaria y sus datos personales más vulnerables en caso de pérdida, sustracción o mala fe? La respuesta oficial es que, naturalmente, esos gruñones aguafiestas podrán seguir utilizando medios convencionales, si quieren. Pero es mentira. Lo mismo dijeron cuando empezaron con los billetes de avión o de tren electrónicos. Más cómodos, sin duda. Cuando tienes una conexión con Internet. Pero, aunque parezca raro, no todo el mundo la tiene, o quiere tenerla. O se niega a utilizarla para eso. O es torpe con esos sistemas, y se lía. También puede ocurrir que no deseen arriesgarse a que su tarjeta de crédito circule por Internet sin saber en qué manos acabará -disparate a disparate, hasta empiezan a pedirte en algunos sitios que envíes un escaneo del deneí-. Prueben hoy a buscar una oficina de venta directa de billetes de Iberia o de Renfe, a ver dónde la encuentran.

Permítanme algún caso personal. Toda la vida me negué a manejar por Internet datos bancarios míos o de otros, pues sé lo peligroso que es. El correo electrónico lo manejo con prudencia, pues nunca sabes quién acabará asomándose a él. Sin embargo, pese a tener derecho a proteger mi intimidad y mi trabajo, cada vez hay más organismos oficiales que me exigen datos personales por ese medio. Y no dan alternativas, o éstas son tan peregrinas que sólo están ahí para cubrir las formas, y en la práctica tienen carácter disuasorio. El colmo llegó el otro día, cuando el ministerio de Hacienda me comunicó que debo tener obligatoriamente un correo electrónico, pues las gestiones relacionadas con determinada actividad profesional sólo podré hacerlas por esa vía. Si no lo hay, seré sancionado. Y no les quepa duda: de aquí a pocos años -más fácil y más cómodo, etcétera, sobre todo para ellos- las declaraciones de Hacienda serán obligatorias por Internet. Echen cuentas sobre la intimidad resultante y sus garantías. En España, ojo. Un lugar donde un testigo protegido, por ejemplo, declara ante un juez y al día siguiente su declaración se difunde en Youtube. Así que vayan echando cuentas. De lo que nos espera.

En resumen: no sólo no te dejan salida, sino que acaban reventándote si la buscas. Si te niegas a tragar. Todo eso, en tiempos de pirateo y golfería a menudo impune. Y luego, echen un vistazo a la catadura y maneras de los legisladores y funcionarios encargados de garantizar la seguridad del tinglado. De protegernos cuando todo tiende a exponernos públicamente de una manera tan irresponsable y criminal. Por no hablar del fallo inevitable del sistema: el iceberg que cada Titanic tecnológico incluye en sí mismo. Recuerdo a un amigo que hace tiempo perdió su móvil y con él la agenda de teléfonos y contactos. Cuando le pregunté por qué no tenía una copia de esa agenda escrita en un buen y viejo cuaderno de toda la vida, me miró desconcertado, como si hablara en chino. Y ése es el punto. En realidad, no necesitamos que nos obliguen. Somos tan estúpidamente suicidas que nos metemos solos en el charco. Chof, chof. Nos hacemos cada día más vulnerables, en la imbécil creencia de que siempre habrá a mano un enchufe donde solucionar nuestra vida. Y así, el día en que todo se vaya al carajo nos miraremos unos a otros, asombrados, preguntándonos cómo ha podido ocurrir esto.     

Don Arturo Pérez Reverte.

Más fácil, más cómodo, más suicida
XLSemanal - 18/3/2013

Que Fortuna nos ampare y paguemos en efectivo, aunque solo sea por joder...

viernes, 23 de noviembre de 2012

sábado, 6 de noviembre de 2010

El despilfarro, las lagrimas, pensiones vitalicias y política.

España fue, durante siglos, muchas cosas buenas y malas. Hoy es algo parecido a intentar introducir una especie de barra o varilla por una serie de piezas hechas con agujeros desiguales: cada uno de un diámetro diferente, hechos de materiales distintos y situados en diferentes posiciones. No hay pulso que enhebre el invento, ni posibilidad de que nadie alinee aquello y funcione la maquinaria. Sin embargo, me resisto a creer que nada pueda hacerse. No escribiría estos artículos, en tal caso. Sigue habiendo, pese a todo, gente que lucha y se arriesga, empresarios dignos, funcionarios decentes, jóvenes solidarios y valerosos capaces de levantarse y trabajar cada mañana. De pelear, si hace falta. Amigos en quienes esperar y confiar. Por eso duele más. Por eso ulcera el alma verlos maltratados por estas diecisiete Españas injustificadas, egoístas y ladronas, donde las ratas y los chacales depredan a su aire, envidiándose y odiándose a partes iguales, desmontando cuanto hace posible el respeto y la convivencia. Esa gentuza iletrada, infame, que ha hecho de la política su forma de vida y de nosotros su negocio, desvalija el país y se lleva por delante las instituciones en su ávida carrera por el dinero y el poder. Destroza el futuro. La impunidad de esos golfos la garantizan millones de ciudadanos apáticos sentados ante el televisor, viendo el fútbol y a Belén Esteban mientras aceptamos, aborregados, que nos conviertan en un país miserable, cutre, exclusivo para turistas baratos de cerveza y vomitona. Un lugar sin industria ni recursos propios, sin clase media, hecho de buscavidas y mendigos, de subvenciones mientras las haya, de putas y camareros. Dicho sea con todo el respeto para las putas y los camareros. Que, a este paso, serán quienes nos den de comer.


Algún retorcido consuelo queda de todo esto: a los principales culpables los hemos parido y votado los padres de esos jóvenes. Salen de nuestra entraña desde hace cuatro décadas. Los engordamos a nuestra costa, tarados por una dictadura anterior que nos hizo acríticos e ignorantes. El mayor homenaje a nuestra imbecilidad nacional tuvo lugar en el Senado hace unas semanas, el primer día que allí se utilizaron las diversas lenguas oficiales con traducción simultánea y pinganillo. Ésa es la España que los días de cabreo extremo, cuando aconsejo, como mi abuelo, tener idiomas y una maleta por si hay que largarse, quisiera ahorrar a los jóvenes más lúcidos: un andaluz medio analfabeto, presidente autonómico, hablaba con torpeza en catalán mientras otro andaluz casi tan analfabeto como él, vicepresidente tercero del Gobierno, escuchaba mediante un auricular la disparatada traducción a una lengua, el castellano, que ambos conocían -decir dominaban es excesivo- casi perfectamente. Y mientras, en sus bancos, encantados de estar allí, los cómplices de esos dos sujetos aplaudían.
Arturo Perez Reverte.

Estuve releyendo Patente de Corso que son los artículos de Don Arturo Pérez Reverte en un suplemento dominical.
Los repase mientras, veía los comentarios que le hacían respecto a sus declaraciones sobre el estúpido lagrimeo de Moratinos.
Pérez Reverte, en resumen, le dijo que un Ministro de Asuntos Exteriores no puede llorar en público, ni más ni menos, como tampoco debe tirarse pedos o mearse en los pantalones.
Hechos estos, también de la condición humana, pero que sin embargo no deben prodigarse en publico y menos en nuestro representante , que ha sido "la mala imagen" de este país.
Moratinos después de su mala gestión, de su mala carrera y su peor final; cobrara pensión máxima vitalicia, encima va el tío y llora. Los que debiéramos llorar somos nosotros (que te subvencionamos), no tu, capullito de alhelí.
Luego nos quejamos del Papa o del Papo (que diria Bibiana), este por lo menos sabe estar en publico, habla varios idiomas y sabe nadar y guardar la ropa.
Tal vez en de vez de criticar tanto a la Iglesia, algunos politiquillos infames de los que proliferan por este país, debieran aprender del Vaticano y de su forma de hacer política...


Que Fortuna nos libre de personajillos...

viernes, 10 de septiembre de 2010

Arturo Perez Reverte


Don Arturo Pérez Reverte ha renunciado a emolumentos públicos, (básicamente al yo cobro y me la trae "al pairo" todo lo demás); no se si ustedes conoceran a gente que pudiendo chupar de la teta publica renuncien a ella. Renuncia por las criticas a su gestión y sus conocimientos. Algunos "progues" de hoy, les sienta mal que alguien les recuerde que la Constitución de 1812 era liberal, que defendía la libertad fuera de todo intervencionismo publico, religioso o medio-pensionista.
Algunos adalides de la mal llamada izquierda, esa que hinca la rodilla ante el capital, esa del puesto que me han puesto y no me quita ni Dios, le han criticado....
En base a que....
A contar la Historia con mayúsculas, a decir la verdad, a ser un espíritu libre, a no dejarse engañar por retrasados mentales que quieren manipular la Historia. A relatar hechos y situaciones reales, sin interpretaciones torticeras...
Don Arturo lo ha dejado bien claro:
"También me conozco un poco y sé que al final acabaré ciscándome públicamente en la puta madre de alguien, y la liaremos. Así que mejor me quito de en medio. "
Sorprende la sinceridad y la verdad en una persona publica.... Algunos le llaman facha, otros otras cosas, pero yo le llamo sincero....
Por cierto yo acompaño todos y cada uno de sus artículos...Y si hay que llamar cabrón-a (notese Bibiana, mi respeto a la pluralidad de sexos y géneros varios), a alguno , también estoy, que es mejor que le llamen a uno malo o maleducado que cobarde o políticamente correcto...
Les dejo la carta de dimision...

Querida Teófila:

Ha pasado mucho tiempo, más de un año y medio, desde que me hiciste la amable propuesta de la exposición. Las fechas se han echado encima, al menos las que yo tenía previstas, y todo ha ido con un retraso que hace temer prisas e improvisaciones que no beneficiarían el resultado final. Pero en cierta forma me alegro de ese retraso, pues me ha permitido reflexionar despacio sobre el asunto.

Siento mucho decirte que ya no quiero encargarme de la exposición y te ruego me liberes de mi compromiso verbal. El tiempo ha pasado, como digo, y tengo proyectos profesionales que no debo retrasar más. Por otra parte, te consta que mi aprecio por ti y por Cádiz es enorme, y que esa ciudad ocupa un lugar importante en mi corazón. Lo habría hecho con mucho gusto y entusiasmo, como lo hice en Madrid cuando el Dos de Mayo; y como sabes tenía muy avanzado el trabajo, del que pudiste ver adelantos, planos y esquemas previos.

Pero si hace unos meses ya me causó malestar aquella polémica sobre lo que cobraría por dedicar dos años de mi trabajo a la exposición, ahora vuelve a irritarme que, apenas iniciado el curso municipal gaditano, otro concejal de un partido local vuelva a utilizar el asunto como argumento político. Ni para bien ni para mal me apetece mezclarme en esos fangales ni oír más mi nombre en boca de gentuza de esa calaña, sea del partido que sea; y mucho menos servir de munición y pretexto para maniobras y rifirrafes de partido a costa de mi trabajo y del nombre con el que me gano la vida. Que me la gano, por cierto, razonablemente bien y sin necesidad de organizar exposiciones. También me conozco un poco y sé que al final acabaré ciscándome públicamente en la puta madre de alguien, y la liaremos. Así que mejor me quito de en medio.

Sintiéndolo mucho, por tanto, no seré comisario de la exposición sobre el Bicentenario. Por mis amigos gaditanos no me inquieto, pues sé que lo entenderán perfectamente: conocen el percal y a sus políticos. Lo que lamento es el relativo fastidio que pueda causar a los planes de ese Ayuntamiento, pero estoy seguro de que hay en la ciudad quien lo haga mucho mejor de lo que habría hecho yo.
Sabes que siempre tendrás mi agradecimiento y mi afecto. Te mando un cariñoso saludo.






Y renuncia a cobrar del estado, ESO SI ES UNA NOVEDAD en este país de sanguijuelas publicas, ¿cuantos más casos conocen ustedes?. Eso se llama coherencia entre lo que se habla y lo que se hace.
No puedo dejar de publicar un articulo suyo para gente de tan ruin condicion....

Se llama:

ESA GENTUZA


Paso a menudo por la carrera de San Jerónimo, caminando por la acera opuesta a las Cortes, y a veces coincido con la salida de los diputados del Congreso. Hay coches oficiales con sus conductores y escoltas, periodistas dando los últimos canutazos junto a la verja, y un tropel de individuos de ambos sexos, encorbatados ellos y peripuestas ellas, saliendo del recinto con los aires que pueden ustedes imaginar. No identifico a casi ninguno, y apenas veo los telediarios; pero al pájaro se le conoce por la cagada. Van pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los destinos de España, camino del coche o del restaurante donde seguirán trazando líneas maestras de la política nacional y periférica. No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes a medida, zapatos caros y maneras afectadas de nuevos ricos. Oportunistas advenedizos que cada mañana se miran al espejo para comprobar que están despiertos y celebrar su buena suerte. Diputados, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato. Ni haber trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar a las nueve de la mañana, o buscar curro fuera de la protección del partido político al que se afiliaron sabiamente desde jovencitos. Sin miedo a la cola del paro. Sin escrúpulos y sin vergüenza. Y en cada ocasión, cuando me cruzo con ese desfile insultante, con ese espectáculo de prepotencia absurda, experimento un intenso desagrado; un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. No es un acto reflexivo, como digo. Sólo visceral. Desprovisto de razón. Un estallido de cólera interior. Las ganas de acercarme a cualquiera de ellos y ciscarme en su puta madre.

Sé que esto es excesivo. Que siempre hay justos en Sodoma. Gente honrada. Políticos decentes cuya existencia es necesaria. No digo que no. Pero hablo hoy de sentimientos, no de razones. De impulsos. Yo no elijo cómo me siento. Cómo me salta el automático. Algo debe de ocurrir, sin embargo, cuando a un ciudadano de 57 años y en uso correcto de sus facultades mentales, con la vida resuelta, cultura adecuada, inteligencia media y conocimiento amplio y razonable del mundo, se le sube la pólvora al campanario mientras asiste al desfile de los diputados españoles saliendo de las Cortes. Cuando la náusea y la cólera son tan intensas. Eso me preocupa, por supuesto. Sigo caminando carrera de San Jerónimo abajo, y me pregunto qué está pasando. Hasta qué punto los años, la vida que llevé en otro tiempo, los libros que he leído, el panorama actual, me hacen ver las cosas de modo tan siniestro. Tan agresivo y pesimista. Por qué creo ver sólo gentuza cuando los miro, pese a saber que entre ellos hay gente perfectamente honorable. Por qué, de admirar y respetar a quienes ocuparon esos mismos escaños hace veinte o treinta años, he pasado a despreciar de este modo a sus mediocres reyezuelos sucesores. Por qué unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y pagados de sí mismos, sin distinción de partido ni ideología, pueden amargarme en un instante, de este modo, la tarde, el día, el país y la vida.

Quizá porque los conozco, concluyo. No uno por uno, claro, sino a la tropa. La casta general. Los he visto durante años, aquí y afuera. Estuve en los bosques de cruces de madera, en los callejones sin salida a donde llevan sus irresponsabilidades, sus corruptelas, sus ambiciones. Su incultura atroz y su falta de escrúpulos. Conozco las consecuencias. Y sé cómo lo hacen ahora, adaptándose a su tiempo y su momento. Lo sabe cualquiera que se fije. Que lea y mire. Algún día, si tengo la cabeza lo bastante fría, les detallaré a ustedes cómo se lo montan. Cómo y dónde comen y a costa de quién. Cómo se reparten las dietas, los privilegios y los coches oficiales. Cómo organizan entre ellos, en comisiones y visitas institucionales que a nadie importan una mierda, descarados e inútiles viajes turísticos que pagan los contribuyentes. Cómo se han trajinado –ahí no hay discrepancias ideológicas– el privilegio de cobrar la máxima pensión pública de jubilación tras sólo 7 años en el escaño, frente a los 35 de trabajo honrado que necesita un ciudadano común. Cómo quienes llegan a ministros tendrán, al jubilarse, sólidas pensiones compatibles con cualquier trabajo público o privado, pensiones vitalicias cuando lleguen a la edad de jubilación forzosa, e indemnizaciones mensuales del 100% de su salario al cesar en el cargo, cobradas completas y sin hacer cola en ventanillas, desde el primer día.

De cualquier modo, por hoy es suficiente. Y se acaba la página. Tenía ganas de echar la pota, eso es todo. De desahogarme dándole a la tecla, y es lo que he hecho. Otro día seré más coherente. Más razonable y objetivo. Quizás. Ahora, por lo menos, mientras camino por la carrera de San Jerónimo, algunos sabrán lo que tengo en la cabeza cuando me cruzo con ellos.


Pues eso, que no puedo decir más...recordar parrafos como este:Van pavoneándose graves, importantes, seguros de su papel en los destinos de España, camino del coche o del restaurante donde seguirán trazando líneas maestras de la política nacional y periférica. No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la tele, con trajes a medida, zapatos caros y maneras afectadas de nuevos ricos.
Pienso....... quizás, es hora de hacer una autentica REVOLUCION, de estilo francés, ya saben, de guillotina y esas otras herramientas...

Que Fortuna propicie más "Don Arturos", que falta nos hacen...