martes, 25 de julio de 2023

Sobre Hemingway


 Los niños. Eso es siempre lo peor, en cualquier guerra; pero todavía hoy, cada vez que veo las viejas imágenes en blanco y negro, o las fotos desvaídas de hace sesenta años, me remuevo incómodo en el asiento al verlos pasar ante mí, llorando de la mano de sus padres por la frontera camino del exilio, agazapados en un portal mirando hacia arriba mientras suena el estrépito de las bombas, haciendo colas con ojos grandes de hambre y miedo para conseguir un mendrugo de pan. El cadáver en la cuneta, el soldado que tiembla de frío en el frente de Huesca, el inválido ayudado por los compañeros que es empujado por los gendarmes franceses mientras se le cae la manta raída de los escuálidos hombros… Estos otros personajes son adultos; saben, o al menos deben saber qué diablos está ocurriendo. Por eso me producen menos compasión que esas docenas de ojos de críos que miran sin comprender. Que todavía hoy, medio siglo y una década más tarde, congelados en las sales de plata de la película fotográfica donde ya nunca envejecerán ni morirán, siguen mirándonos con ojos espantados que son una acusación, una denuncia, un insulto, un recordatorio de nuestro oprobio, nuestra vergüenza y nuestra locura.


Esa guerra civil no la viví; pero he vivido otras y sé que siempre son la misma. Esa guerra civil no la presencié, pero me la contaron cuando niño, mientras aún estaban frescas las heridas, la huella de la metralla en los muros de los edificios; cuando todavía había hombres y mujeres en cárceles y en el exilio y cuando el general Franco aún firmaba sentencias de muerte. De las veladas alrededor de la mesa de camilla de mi abuelo recuerdo historias de bombardeos, y de ejecuciones públicas para después, ante los cadáveres hacer desfilar a las tropas a fin de que tomases buena cuenta de ello. Historias de héroes y de gentuza, mezclados unos con otros; indiferenciados bajo el mono azul de miliciano, la boina de requeté o la camisa azul de Falange. Relatos escalofriantes de amigos, vecinos y parientes detenidos de madrugada, sacados de su casa en pijama mientras la mujer y los hijos imploraban en la escalera; juzgados en tribunales sumarísimos, torturados en chekas, fusilados ante un paredón bajo la bendición de un cura con el yugo y las flechas bordado en la sotana, o asesinados a la luz de los faros de un camión en cualquier carretera. Esas viejas carreteras españolas, las monótonas autovías, también nos borraron esa memoria, donde muchos años después aún me estremecía al ver los pequeños monumentos conmemorativos de lugares donde hombres de toda condición e ideología fueron asesinados con las luces del alba. Un nombre, una fecha, a veces una cruz. A veces flores secas.


Cada uno de nosotros tiene una, veinte historias familiares. Estúpidos aquellos jóvenes que no acuden a sus mayores a que se las cuenten, antes de que estas historias se extingan con ellos y duerman en el silencio sin aportar nada a las generaciones que no lo vivieron, haciendo imposibles la lucidez y la experiencia. Mis mayores han muerto, o están muriendo poco a poco, pero el niño curioso que fui logró arrancar un puñado de esas historias al olvido, y ahora lamento que no hubieran sido más. Lamento las horas perdidas sin preguntar a aquellos que ya no están conmigo.


Eran —son— las historias de cada uno de nosotros: de nuestros padres y nuestras madres y nuestros abuelos. Así pude saber, así sé, del tío Lorenzo, que cruzó el Ebro con diecisiete años y el agua por la cintura, con dos cojones, un máuser en las manos y los dientes apretados, que recibió un balazo y volvió a casa de sargento republicano con dieciocho años, y que nunca cumplió los veinte. Así pude saber de cuando mi abuelo Arturo pasó cuatro horas bajo un bombardeo, pegado a la pared de un polvorín; o de cuando una noche unos milicianos quisieron llevárselo a dar un paseo porque había cenado a la luz de una vela y eso, decían, era señales para la aviación nacional. O de cuando sus antiguos compañeros de la Armada quisieron fusilarlo por haber permanecido fiel a la República. Así supe de mi madre con doce años llevándole comida a la cárcel a Pencho, mi otro abuelo, y cómo siempre pedía a los carceleros darle la fiambrera en persona, para así verlo un instante entre las rejas de un portillo y contarle a mi abuela que seguía vivo. O de mi tío Antonio que todavía, con setenta tacos largos, llora cuando recuerda el día en que le llevó, teniendo trece años, en bicicleta, una tortilla de patatas hecha por su madre a su hermano, cuya brigada pasó un día a treinta kilómetros de Cartagena. O de mi abuela María Cristina paralizada en mitad de la calle en mitad de un bombardeo alemán. O de mi tío Peque, que aprovechaba los ataques aéreos para ir corriendo por las calles desiertas, llenas de cristales rotos, y ponerse el primero en la cola del pan antes de que la gente saliera de los refugios. O de mi padre, caminando en una de las filas de soldados a uno y otro lado de la carretera, la manta al hombro y el fusil a la espalda, camino del matadero, salvado de casualidad porque un comisario se detuvo junto a él y preguntó quién de aquella fila tenía estudios y sabía escribir a máquina. O del tío de mi madre fusilado porque un vecino era militar, y los del piquete, que eran analfabetos, se equivocaron de piso. O la cajita de lata que siempre conservó, hasta su fallecimiento, mi abuela Juana, con las cartas escritas desde el frente por su hijo muerto, la bala que le sacaron en su primera herida, y el trozo de madera que, a falta de anestesia, apretó entre los dientes mientras le arreglaban el agujero que le hicieron en Belchite.


Cuántos muertos, y cuánto horror, y cuántos sueños, y cuánto heroísmo, y cuánta sangre, y cuánta mierda acumulado en sólo tres años. Curas santificando balas y justificando ejecuciones o siento torturados como animales, hasta morir. Generales, comandantes, soldados; heroicos y abyectos, y a menudo ambas cosas a la vez. Épica y barbarie, la mejor infantería del mundo contra la mejor infantería del mundo; Caín en plena forma, lo más hermoso y lo más miserable de nuestra tierra y nuestra raza maldita. Chusma acuchillando a los desvalidos, miserables aprovechándose del río revuelto, cambiando de chaqueta, congraciándose con el poderoso. Hombres honrados poniéndose en pie para pelear. Ojos de miedo y desesperación, balazos y bayonetas, casa por casa en Teruel, en la Ciudad Universitaria, monte arriba en Somosierra, Arriba España entre los escombros del alcázar de Toledo, Viva la República en el valle del Jarama. Moros, legionarios, milicianos, héroes y cobardes, vivos y muertos. El patio del Cuartel de la Montaña en esa foto terrible, el suelo lleno de cadáveres, España eterna que se repite a sí misma en el ritual de la muerte y la tragedia. Plaza de toros de Badajoz, barcos prisión, españoles fusilados por comisarios húngaros o franceses o por legionarios alemanes o fascistas italianos, por hijos de puta que ni siquiera sabían hablar castellano y vinieron aquí a mojar en la sangre y en la muerte que sólo era de nuestra incumbencia, sin que a ellos les hubiera dado nadie maldita vela en nuestro entierro. Mujeres rapadas al cero, hombres humillados ante sus familias y sus vecinos, pidiendo clemencia o escupiendo a la cara a sus verdugos. Y esa foto que tanto me impresiona, la del español bajito y moreno con camisa blanca, que acaba de rendirse y al que llevan a fusilar, y que levanta los brazos resignado, fatalista, con una colilla en la boca. Esa colilla, ya lo escribí una vez, que siempre tenemos en la boca los españoles cuando nos llevan al paredón.


Dios. Cómo amo y cómo detesto a este país nuestro, cada vez que miro esas fotos. Cómo me enternecen esos rostros que son el rostro de nuestra tragedia, de nuestra desgracia. Pobre gente y pobre España. Qué guerra tan atroz, y tan española, o tan atroz por española. Una guerra civil como Dios manda, guerra civil de la buena, la que enfrenta a hermano contra hermano, a hijo contra padre, a vecino contra vecino. En ninguna guerra como en ésa, la que tuvimos, las que tuvimos antes, y las que a unos cuantos desalmados e irresponsables no les importaría que volviéramos a tener, aflora toda la ruindad que albergan los rincones oscuros del corazón del hombre. Los viejos rencores, la envidia, el odio vecinal tan propios de la condición humana y tan nuestros; tan españoles. Tú me quitaste la novia, tú desviaste el agua de la acequia, tú mataste un conejo en mis tierras, tú me negaste el pan, tú publicaste aquel libro, tú fuiste feliz y yo no. Delaciones, chivatazos, ajustes de cuentas, canallas que medran con el dolor, y el sufrimiento de los otros, desgraciados que se humillan para comer, o para sobrevivir. Cárceles, campos de batalla, cementerios, exiliados, Machado muriéndose enfermo de pena en el extranjero, Max Aub, Sender, tantos pobres hombres, mujeres y niños anónimos, perdidos. Españoles detenidos en Rusia y enviados a Siberia, niños de la guerra que luego morirán peleando en Stalingrado, franceses miserables que humillan a los vecinos, a los fugitivos, en la frontera, y que después los entregarán atados de pies y manos a los carniceros nazis…


Cielo santo. Cómo nos dio por el saco todo Dios, todo el mundo, toda Europa, estrangulando a este pobre, entrañable, desgraciado y viejo país. A esta pobre, entrañable, desgraciada y vieja gente nuestra. No es cierto que nos ayudaran; déjenme de milongas pamperas, de camelos retóricos, de demagogia. El arriba firmante se cisca en la solidaridad internacional de las derechas y las izquierdas, en los discursos y en la mandanga. Aquí a la España en guerra, se asomó todo Cristo a ver qué podía mojar en la salsa, a fumarse nuestro tabaco y a quemarnos los muebles. Comprendo que fuéramos un espectáculo apasionante: sangre, vino, mujeres guapas, guerra, romanticismo, intereses estratégicos, barbarie ancestral. Pero que no me vengan con historias de hermandades solidarias. Yo he pasado veintiún años yendo a guerras que no eran mías, y sé de qué iba Hemingway. Por eso me cisco en Hemingway y en la madre que lo parió.

La guerra que todos perdimos

18 Jul 2023 Don Arturo Pérez-Reverte. (Zenda Libros)

 

 Lógicamente los responsables de las guerras civiles nunca mueren, los que ganan se quedan y toman represalias y los que pierden  huyen y en exilios subvencionados nos dan lecciones magistrales de lo que hubo que haber hecho y ellos no hicieron.  

 En este país, no han pasado cien años sin una Guerra entre nosotros. Que tomen nota los implicados, porque, como dice Don Arturo, aquí nadie vendrá a ayudarnos, ya ha pasado antes y volverá a pasar. 

 Que Fortuna nos sea propicia. 

10 comentarios:

  1. Mira, el autor americano vivía como un rey por declararse como anti-tal, en La Habana. No olvidemos el pequeño detalle.

    Hay personas que se quedan con El Viejo y el mar. Yo no me lo llevaría a una isla desierta, pero mi gusto no es el del premio Pulitzer, claro.
    Las crónicas de Pérez Reverte son de primera línea, pero no deseo hacer comparaciones, no soy quien, ahora bien, hay quien se ha buscado siempre porque nunca se ha encontrado, no ha sido el caso del autor español.
    Salut

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Hay quien confunde deseos con realidad, Pérez Reverte no sería de esos. HEMINGWAY era un bon vivant y poco más, Pérez Reverte és todo lo contrario, el sí que ha estado en primera línea de verdad, sabe de qué habla.

    Saludos.

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    1. Francesc Puigcarbó como digo a Miquel me he leido toda la obra de Reverte y hay libros que me gustan y otros que no, la verdad, pero sobre conflictos, los intereses que nos mueven a las personas, sobre hipocritas y salvadores es raro que Pérez-Reverte no atine. Te puede gustar o no, pero se nota que tiene "espuelas". En este articulo sobre la Guerra Civil, ha mostrado una opinión muy parecida a lo que yo pienso al respecto. Yo tengo miedo a un próximo próximo conflicto. Recuerdo que una vez vi una entrevista a un anciano de la antigua Yugoslavia en el que le preguntaron si ese conflicto no se veia venir, el contestó: " si que habia conflictos, pero si me preguntan dos años antes si esto seria posible le hubiera contestado que estaba usted loco.." Dos años antes...
      Un saludo.

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  4. Miquel, leo a Don Arturo hace muchos años, me he leído su obra literaria entera pero como más me gusta es en estos artículos, me parecen de una lucidez extraordinaria. De tu comentario me quedo son : "hay quien se ha buscado siempre porque nunca se ha encontrado", s un buen resumen. De la obra de Hemingway no puedo hablar porque no la conozco.
    Un saludo.

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    1. Es que tendría que introducirme en lo personal; no sería justo.
      Un abrazo

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  5. Cuando leía, lo hacía mucho y variado. Me gustaba la novela histórica, precisamente Pérez-Reverte, lo veía flojo. Al leer lo que has puesto, me lo sigue confirmando, con esa intencionalidad de querer igualar los bandos, de que todos somo españolitos sufridores. Entiendo que él no dispone del dinero para pagar, estudiosos y cualificados historiadores.
    Estas generaciones, están muy apartadas de lo que ocurrió en la guerra Civil y sus consecuencias. Han vivido en la Democracia y lo único que entienden, es que hubo un dictador y no saben ni el motivo, ni el porqué no lo "echamos "a patadas y lo aguantamos. Vamos como lo que pasa en las películas. Otra de las ideas, esta intencionada, es que hay un partido el socialista, que lucho contra el dictador y el otro el PP, que estaba a favor del dictador y son fascistas. Y ya está, ya no hay más información, no les interesa la Historia ni el pasado, tienen otros problemas.
    No habrá ninguna guerra civil, ni de lejos,porque todos estamos metidos en un mismo sistema económico y tanto los socialistas como los del pp,tienen la misma responsabilidad y se mueven con las mismas premisas económicas,que por otra parte las marca el Banco Central Europeo.

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    1. Car Res, Don Arturo, que yo sepa, no ha hecho novela histórica hasta hace poco, las Aventuras del Capitán Alatriste están enfocadas en una determinada época pero yo no las calificaría como "históricas" sino de aventuras, aunque este bien ambientadas. Luego tiene algunas que si juegan a la Historia como Hombres Buenos y alguna otra como Revolución.
      Una guerra civil es un fracaso como país y siempre hay responsables, siempre hay alguno que se alimenta de recordar ofensas más que de propiciar futuro. He leído bastante sobre la década de los 30 en España y en el mundo. En España se proclamó una Republica después de una municipales, mal comienzo, luego la República miro a otro lado con el tema de los saqueos de determinados personajillos, hubo políticos que sacaron pistolas en el, Congreso y otros, en el mismo Congreso, amenazaron de muerte a sus rivales políticos y el colofón final fue el asesinato del líder de la oposición por sicarios a sueldo de un siniestro socialista. Como he dicho antes, nuestros actos tienen repercusiones, y la factura siempre llega y si alguien piensa que todos estos despropósitos no van a tener precio, para mi que estan muy equivocados, la Historia siempre se repite y si uno mira los acontecimientos de los primeros años de la década de 1930 y mira los actuales nadie me podrá negar las similitudes y como antes, en caso de conflicto, (aquí coincido con Don Arturo). nadie hará nada más que grandes declaraciones y gilipolleces compungidas. El sistema económico actual en Europa hace aguas y solo se preocupan algunos de que no se les mojen los zapatos y sino mira la política económica de este continente, enredados en gilipolleces.
      Un saludo

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  6. Albada Dos dijo: Has tomado un texto muy bueno. España nunca será como otros países europeos por haber tenido esa cruenta e inacabable guerra civil.

    Un abrazo y gracias por recordar de dónde venimos

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    1. Albada Dos, España desde antes de los romanos, cuando ni siquiera era España, ha sido especialista en pegarse los unos con los otros. Los romanos utilizaron este "hecho diferencial ibérico" para conquistar esta península. Cuando por fin parecía que podíamos convivir en más o menos paz y unirnos para tener más peso, siempre viene alguno a joder la pava, si se me permite la expresión. Esto acabará mal, siempre acaba mal.
      Un saludo

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