Me lo cuenta el padre, que es amigo mío. Y me lo cuenta preocupado. Escríbelo tú que puedes, dice. Porque para estar preocupado no le falta razón. Su hijo, al que llamaremos Pedro, o Pedrito, tiene doce años. Es un crío vivo y listo, rápido de cabeza, honrado, buen estudiante. De los que dicen buenos días, gracias y por favor. Además, le gusta leer libros y ver películas viejas con sus padres. Un chico, en fin, de ésos que vamos a necesitar mucho como adultos dentro de unos años: los que levantan la mano en clase, hacen sus propias preguntas y no se dejan comer el tarro, o no demasiado para los tiempos que corren, por el grupo ni la tendencia. Un niño como Dios manda.
Todo iba bien hasta el curso pasado, dice el padre. Obediente, educado, buenas notas. Así era Pedrito. Todo iba de perlas hasta que se cruzó el azar, reforzado por la estupidez humana. Y lo hizo en forma de niña. El suyo es un colegio mixto, de una ciudad grande: Valencia, para ser exactos. Unos treinta críos en clase, entre ellos y ellas. Convivencia normal, respeto mutuo, etcétera. Todo según los cánones actuales. Formado en el respeto a las niñas y la igualdad, Pedrito era de los que no pasaban por alto un comentario supuestamente machista, una frase hecha, un lugar común. Valoraba al otro sexo porque había sido educado para ello por sus padres y profesores. En esa materia era puntilloso, implacable como un gendarme prusiano. Sin embargo, llegó el día fatal. El incidente.
Ni siquiera fue en el colegio, señala amargo el padre. Fue en la calle, a la salida, cuando Pedrito y un grupo de niños y niñas charlaban esperando el autobús. Críos de doce años, repitámoslo. Surgió una discusión sobre los motivos de cada cual para ser delegado de clase, y en un momento determinado, sin que mediase acto previo ni provocación especial por parte de Pedrito, una niña –de carácter difícil, que ya había protagonizado otros incidentes en clase– le dio una bofetada. A ella la llamaremos Lucía. Al recibir el golpe, la reacción del chico fue automática: devolvió la bofetada. Todo acabó allí, al menos en esa fase del asunto. Llegó el autobús, fuéronse todos y no hubo más. Aparente final, de momento.
Pero de final, nada. Sólo era el principio. Al día siguiente, en el colegio, consejo de guerra: vista disciplinaria sumarísima por parte de los profesores. Los padres de la niña se habían quejado; y el colegio, sin escuchar a nadie más, comunicó por teléfono a los de Pedrito que su hijo quedaba suspendido durante dos semanas por agredir a una compañera. Los padres del chico no se tragaron el asunto tal cual, le preguntaron a él, hicieron llamadas telefónicas, lo interrogaron, preguntaron a los otros niños, acudieron al colegio exigiendo igualdad de trato. De ese modo lograron que se escuchase a los demás testigos y también a Pedrito, que compareció al fin para dar su versión ante los profesores, con la calma de quien tiene la conciencia tranquila. No negó en absoluto el hecho, asumió su parte de responsabilidad, confesó que fue la reacción instintiva a un golpe dado por Lucía, y con la honrada convicción de quien todavía no ha sido estropeado por la mierda de sociedad en la que vive y va a vivir, dijo: «Me pegó y le pegué sin pensarlo, es verdad. Nada más. Castigadme si lo hice mal, pero también ella lo hizo, y además me pegó primero. Así que castigadla también a ella. ¿No decís que los chicos y las chicas somos iguales?».
De nada, o de poco, sirvió el argumento. Reunido el consejo escolar, dictó sentencia final: Pedrito, suspendido una semana y nota negativa en su expediente. Lucía, absuelta de todo y tan tranquila, segura en adelante de su poder y su impunidad. Pero lo más grave, cuenta el padre, fue cuando el niño conoció la sentencia. Lo que dijo referido a sus profesores y también a sus padres: «Es injusto, me habéis estado engañando con eso de las chicas». No añadió nada más, y desde entonces no ha vuelto a comentar el asunto, como si quisiera borrarlo de su cabeza. Pero he notado algo, señala el padre. Y no me gusta. Ahora, cuando estamos viendo la televisión y hay una escena de reivindicación feminista, alguien defiende los derechos de la mujer o habla de igualdad o algo parecido, no falla: cada vez, Pedrito, impasible el rostro, cambia de canal si tiene el mando automático en las manos. Y si no, se levanta y sale de la habitación con el pretexto de beber un vaso de agua, hacer pipí, sacar al perro al jardín. Al cabo de un par de minutos regresa, mira de reojo la tele y se sienta de nuevo, imperturbable, silencioso. Y a su madre y a mí, dice el padre, nos llevan los diablos.
Publicado el 18 de septiembre de 2021 en XL Semanal.
Últimamente me pasa como a Pedrito.
Hay una frase que me gusta mucho, la digo tantas veces que no se ya si es mía o la leí en algún sitio, lo mismo da, lo importante es que viene "al pelo" con este tema.
"No se puede hacer Justicia con injusticias".
Con injusticias no se resuelve nada, se generan agravios comparativos y se crean más problemas añadidos.
Como decía en un blog hace poco, para resolver un problema hay que conocer las causas profundas del mismo. Si partimos de análisis erróneos no resolveremos nada, nuestras soluciones serán defectuosas, llegando incluso a agravar más el problema.
Análisis, templanza, inteligencia y equidad, son cuestiones no baladís en problemas sociales, en este y en el resto. Ahora díganme ¿cuántas personas relacionadas con temas sociales con estas características ven ustedes en este país?... Yo solo veo activistas, necesarios cuando no se gobierna para concienciar, pero muy peligrosos cuando se gobierna para todos, y es que todos debemos ser iguales en Derechos y Obligaciones, simplemente por que anteponen sus creencias a la Justicia.
Recuerden la Tercera Ley de Newton.
Que Fortuna nos sea propicia.
P.D. Como ven yo no practico el lenguaje inclusivo, no comparto estupideces generadas por incompetentes sin capacidades mentales adecuadas para resolver problemas y si para generarlos donde no los había. Ave at que vale.
Todo es triste y gris, No hay competentes en nada, sino trepas en todo.
ResponderEliminarUn abrazo
Cuidate.
Ya hablaremos.
He de explicarte alguna cosa.
Miquel, no echo en cara a nadie cuando se equivoca, todos lo hacemos, si acuso cuando alguien hace una injusticia a sabiendas que sus actos crean agravios comparativos, no es lo mismo. Un saludo
EliminarEsto no es nuevo, ha sucedido siempre, sólo que ahora se es más restrictivo con los chicos y mas tolerante con las chicas. Y claro, el chaval no entiende nada y tiene toda la razón en dudar.
ResponderEliminarFrancesc es difícil de entender que en función del sexo que tengas se te trate de una forma u otra, no se puede eliminar la discriminación de un sexo criminalizando otro, digo yo... Un saludo.
EliminarAsí es, "anteponen sus creencias a la Justicia", se quedan tan anchos y dicen que la justicia es igual para todos. Menuda farsa.
ResponderEliminarA Pedrito, a partir de ahora, le costará mucho entender ciertas idioteces.
Salud.
sr, Cornadó la imagen creo que desde los egipcios la Justicia se representa con una balanza y después se le añade la venda en los ojos, para no mirar a quien debe juzgar sino tan solo lo que debe juzgar, los hechos. Dice Don Quijote:
Eliminar"Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera despacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros."
Un saludo.
Bueno, ocurre que con eso de las inclusiones, los taxistos, digo yo, estarán fritos :-)
ResponderEliminarPor la igualdad en derechos y deberes. Un abrazo
Albada Dos, es tan simple como eso, todos iguales de obligaciones y beneficios.
EliminarUn saludo.