Solía contar el filósofo Gustavo Bueno el siguiente chiste. Cierto vasco, hombre de pocas palabras, asiste a un sermón dominical en que el sacerdote se prolonga perorando durante más de una hora. Al volver a casa, su esposa le inquiere acerca de cuál fue el contenido de un sermón tan prolijo. “Habló sobre el pecado”, contesta nuestro vasco. “¿Y qué dijo el señor cura?” le repregunta su mujer. “Que no es partidario”.
Las universidades occidentales resulta que tampoco son partidarias del pecado y últimamente se afanan en dejárnoslo claro. Hace unos días le tocó a la Universidad de Oxford, que difundió entre sus miembros un pormenorizado “listado de microagresiones”. Consisten tales listados en recopilaciones de mandamientos morales que habrás de obedecer si no quieres ser tachado de racista, machista, especista, homófobo, tránsfobo, animalófobo y demás pecados hodiernos. Las nuevas tablas de mandamientos de la Universidad de Oxford incluían, entre las formas de “racismo sutil, cotidiano” que denunciaban, el no mirar directamente a los ojos de la persona con que estés hablando. Ahora bien, inmediatamente se alzaron voces protestando porque este precepto ofendía a los autistas: muchos de ellos encuentran difícil mirar a los ojos de su interlocutor, pero ello no implica que sean reos de racismo. Intentando evitar las ofensas a las personas con otro color de piel, la Universidad de Oxford les había ofendido. De modo que esta hubo de pedir perdón a los autistas. La moraleja es que en este tipo de asuntos uno camina siempre por terreno resbaladizo: si te esfuerzas por no ofender nunca la gente de Guatemala, a veces acabas ofendiendo a la de Guatapeor.
(Nota aclaratoria: en mi párrafo anterior no pretendo identificar a los autistas como algo “peor” que los guatemaltecos, sino que solo hago un juego de palabras bastante tópico. Aprovecho, por cierto, el paréntesis para aclarar asimismo que en el párrafo primero de este artículo ni don Gustavo Bueno ni un servidor pretendíamos ofender a los vascos poco locuaces).
Permítaseme narrar ahora una anécdota más personal. El pasado fin de semana yo mismo asistí a unas jornadas universitarias sobre transexualidad, bien sustanciosas. En un momento determinado me pareció oportuno preguntar a un conferenciante si había algún modo de diagnosticar la transexualidad a edades tempranas. El ponente, en primer lugar, me reprochó que utilizara el verbo “diagnosticar” para algo como la transexualidad, pues le parecía ofensivo. Dijo que “la patologizaba”. En segundo lugar, me preguntó que cómo sabía yo mismo que yo era un varón y no una mujer. Cuando le fui a responder, el hombre me interrumpió para reconocerme que se había dado cuenta de acababa de cometer un grave error. Y me pidió encarecidamente perdón por haber dado por supuesto que yo era un varón, fundándose solo en cosas tan superficiales como mi aspecto físico o mi tono de voz, cuando en realidad yo podría poseer una rica interioridad de mujer que era a la postre, según él, lo único importante. Al final no tuve muy claro si era él o era yo quien más cosas supuestamente ofensivas había dicho en tan breve diálogo. Mas sí capté nítido que mi pregunta originaria había quedado sin contestar, sepultada bajo un grueso follaje de posibles ofensas mutuas.
Estos ejemplos que ofrezco seguramente hayan traído a la mente del lector un variopinto elenco de casos similares. Vivimos, caben escasas dudas, en una época en que abunda la gente que se siente ofendida por cosas. Hay quien piensa que toda esa gente tiene siempre la razón, que si se ofenden es porque alguien habrá cometido la fechoría de ofenderles y debe ser castigado. Otros pensamos, sin embargo, que la actitud filosófica correcta reside en ponerse a distinguir entre ofensas reales y ofensas meramente imaginarias, dado que, al menos desde Platón, lo sensato es diferenciar siempre entre la verdad y lo engañoso.
Pero también cabe otra pregunta filosófica acerca de todo esto: ¿por qué vivimos en una época en que tanta gente se siente cada vez más ofendida por cada vez más cosas? Antes nunca ocurrió así.
Se ha dado una respuesta de tipo, digamos, “psicológico” a tal interrogante. Vivimos en un mundo en que los adultos de hoy empiezan a ser cada vez más los antiguos críos de familias en que los padres pasaban poco tiempo con ellos. A veces por motivos laborales, a veces por divorcio, a veces porque los niños estaban sobrecargados de tareas extraescolares. Como consecuencia, esos padres han tratado a tales niños, en el escaso tiempo que podían pasar con ellos, con excesiva laxitud. Meredith Haaf, en su libro Dejad de lloriquear, explica que cada vez más padres ven como un deber dar siempre la razón a sus hijos, preservarles de todo problema y contarles continuamente cuánto les gusta todo lo que hacen. Por consiguiente, esos niños, que hoy van siendo ya jóvenes adultos o simplemente adultos, no han aprendido cómo reaccionar ante gente que piensa o actúa de modo diferente al que ellos querrían. Y se ofenden.
Existe también una respuesta política a nuestra pregunta. Ya en 1983, el sociólogo Alain Touraine explicó que nos adentrábamos en una época que él denominó “postsocialismo”. Durante tal postsocialismo la izquierda dejaría de defender solo a los trabajadores o a las partes más depauperadas de la sociedad y trataría de mostrarse como la principal defensora de cualquier minoría social (mujeres, gais, jóvenes, grupos étnicos o nacionales minoritarios…). Dado que esos grupos a menudo pueden sentirse ofendidos por lo que la mayoría de la sociedad dice con respecto a ellos (las mayorías son así, no conocen todo lo que les molesta a las minorías), la nueva misión de la izquierda, según el análisis de Touraine, bien puede ser la de fomentar esos sentimientos de ofensa para, inmediatamente después, erigirse como el único paladín que librará a los ofendiditos de las garras de los pérfidos ofensores. Y, cuantos más sean tales ofendidos, más votos irán al regazo de esa izquierda postsocialista que los quiere acurrucar. Alguien estaría sacando prósperos beneficios, pues, del actual incremento del número de ofendidos.
Con todo y con eso, creo que ni la respuesta psicológica ni la respuesta política son capaces de explicar completamente por qué nos vamos sumergiendo en un mundo repleto de ofendidos. Y voy a proponer, para terminar, el esbozo de una respuesta más histórico-filosófica a todo este asunto.
Occidente, que es la sociedad donde están sucediendo estas cosas, es desde hace unos 1.700 años una civilización marcada por el cristianismo. Y el cristianismo se caracteriza por dar una respuesta muy peculiar al problema del sufrimiento humano. En vez de echarle la culpa a la persona que sufre, como hacen algunas morales, o a las vidas anteriores que tuvo esa persona que sufre, como hacen otras religiones, el cristianismo aquí hace una afirmación atrevidísima: Dios mismo sufrió. Fue crucificado. Y, por tanto, el sufrimiento, por intolerable que parezca a veces, tiene siempre un sentido (divino). El Dios cristiano acompaña al que sufre, pero no como un cireneo que echa la mano por el hombro al sufriente, sino padeciendo Dios mismo también. Cualquier persona que sufre, pues, debería merecer de un cristiano su atención: Dios mismo está en ella. Mientras que, en otras culturas, podría merecer más fácilmente condenas, desprecio o indiferencia.
Ahora bien, hoy nuestra sociedad ha olvidado estas nociones cristianas sobre lo divino del sufrimiento, pero parece haber conservado el empeño cristiano por fijarse en los que sufren. Así, no sabemos muy bien cómo tratar a todo el que dice que sufre, aunque tampoco aceptemos volver a la mentalidad romana o helénica, que invitaba a simplemente ignorarlos. Ya no creemos en un Dios que acompañe a todo el que padezca algún daño, de modo que intentamos sustituirle y ser nosotros los que prestemos atención a cualquiera que diga sufrirlo. Sin fijarnos mucho en si, a menudo, la causa de su dolor puede ser solo una ofensa nimia. Entramos así en un mercadeo en que, si queremos recibir la atención de los demás, lo más fácil es mostrarnos como víctimas (el cristianismo apostaba por la víctima), pero sin tener ya muy claro cuál es el criterio para ser una verdadera víctima (hemos perdido al Dios cristiano, que sí lo tenía). Pensando habernos librado de un Dios crucificado y sus mandamientos, nos vemos ahora rodeados de cientos de diosecillos que exhiben sus cruces y nos reclaman miles de nuevos preceptos para no hacérselas más pesadas.
Resulta poco sorprendente, pues, que ante todo esto Nietzsche pensara que nuestra sociedad es la sociedad de “los últimos hombres”. Donde, naturalmente, ni la palabra “hombres” pretende ofender a las mujeres (Nietzsche no las excluía de tal decadencia), ni la palabra “últimos” pretende hacer daño a quienes preferimos no ir los primeros a algunos sitios. Como, pongamos por caso, en una carrera por la estupidez.
El original aqui.
Que Fortuna nos aporte criterio.
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Yo diria que más que ofendidos, son ofendiditos, por la estrechez de miras de los personajillos que se la cogen con papel de fumar y se ofende a la primera de cuarto, y habria que escribir ofendiditas también, que las feminas feministas estan muy en esta línea por más razones que tengan. Sucede esto porqué la gente ya no sabe dialogar, razonar, rebatir con argumentos, simplemente se descalifica al otro a las primeras de cambio, por cualquier nimiedad a menudo.
ResponderEliminarEl cristianismo dejó de existir hace muchos años sustituido por el catolicismo y eso se nota.
saludos.
Reflejas una realidad, de adaptación a lo correcto, en un mundo incorrecto.
ResponderEliminarInteresante la anécdota con la transexualidad. Un abrazo
Yo pienso que solo pueden ofendernos aquellos que nos conocen muy bien. En cuanto al cristianismo es cierto que interesa que se sientan pecadores porque si no, no hay nada que despachar ni misa que ofrecer. Es así de triste para los que ya nacimos buenos de corazón. :D
ResponderEliminarCuando FRancesc afirma que el "el cristianismo dejó de existir hace muchos años sustituido por el catolicismo", hace una afirmación digna de tener en cuenta.
ResponderEliminarNada que ver lo uno con lo otro, absolutamente nada.
El catolicismo es una deriva "universal" esta es la traducción correcta del latin, para decirnos que es la religión de "todos". Pero aquí deja de ser una corriente humanista fijada en una figura de "paz y amor", la de Cristo, para convertirse en religión, (la católica), o normas de grupo, que al fin y al cabo no es otra cosa.
Lo que creo que ha olvidado nuestra sociedad es la "capacidad de sacrificio" de nuestros padres y abuelos, generaciones que hemos conocido y que sabemos trabajaron como burros, pidieron poco, y vivieron casi en la miseria sin quejarse y sin tener tantas gilipolladas.
Hoy todo el mundo se siente defraudado y depresivo, y nadie está flaco por descargar camiones, todo es a base de gimnasio.
Vendrán tiempos peores, dice la novela, no podremos superarlos. No estamos preparados.
un abrazo
Buen artículo. Cada época tiene sus inquisidores, en la època actual hay demasiados.
ResponderEliminarSaludos
Hay un refrán muy claro al respecto "no ofende el que quiere sino el que puede". La ofensa no viene del exterior, es algo interno.
ResponderEliminarY las personas podemos acoger las palabras de los demás o dejarlas ir. Aunque a menudo no somos conscientes, pienso que podemos elegir lo que vamos a permitir que nos afecte y lo que no, y esa decisión es la que hace el camino que hacemos cada día.
Un saludo.
Dostoievski escribió una novela titulada Humillados y ofendidos cuyo máximo esplendor llegaría en el siglo XXI. Uno no es nadie si no se siente humillado y ofendido. Saludos.
ResponderEliminarEl que se pica, ajos come. No envidio para nada a las personas excesivamente susceptibles. Lo deben pasar muy mal...Los pasotas no tienen este problema.
ResponderEliminarBueno, para los "ofendidos" que mencionas por casi todo, tengo un termino : "ofendiditos".
ResponderEliminarHemos confundido lo que quiere decir el concepto "diversidad", que no es otro que la diferente opinión que puede tener cada uno de nosotros delante de un hecho o cosa. Todas las opiniones son respetables, y se pueden rebatir con argumentos mas o menos ponderados.
Pero hay quién utiliza el concepto "diversidad" confundiéndolo con bobaliconeria de vía estrecha.
Es lo que hay ahora Daniel, ideas fáciles para gente a la que penar les dá pereza.
Un abrazo.
No siempre estoy de acuerdo con Javier Marías, pero en este caso sí, y mucho. Y como él se expresa mucho mejor que yo, le cedo la palabra. Decía así en EL PAÍS SEMANAL titulada "Contra la susceptibilidad", de 13 de octubre de 2019:
ResponderEliminar«Cualquiera se puede sentir ofendido, herido o ultrajado por cualquiera y por cualquier cosa. Porque respiremos cerca, porque existamos, no digamos por una opinión contraria y por lo tanto “perturbadora”. Si hacemos caso, si nos tomamos en serio la subjetividad de cada individuo ególatra, o mojigato, o hipersensible y frágil, o directamente demente, no sólo morirá la literatura [...], sino el cine y todas las artes, la filosofía y el pensamiento, la discrepancia y el contraste de pareceres, por supuesto la discusión y la argumentación. Hay políticos y una buena parte de la población que buscan eso, supongo que se han percatado, y no debemos dejarlos salirse con la suya si no queremos una vida uniforme y plana. Entre la ristra de “derechos” infundados y absurdos que muchos se están sacando de la manga, figura “el derecho a no sentirse ofendido”, como si los sentimientos fueran objetivables».
Francesc en mi opinión muchas personas a falta de referencias que seguir para hacerse mejores, ven como una solucion eficaz para conducirse por la vida recurrir al estatus de victima, que te da impunidad para todo sin ninguna responsabilidad con los que te rodean, es comodo y en la sociedad actual se puede vivir de ello. Eso crea desamparo para los que realmente se estan encontrando con la adversidad y se ven solos.
ResponderEliminarUn saludo.
Albada Dos, esa anécdota seria de chiste si no fuese real. Un saludo.
ResponderEliminarGemma, no te creas, la capacidad de insultar de muchas personas es asombrosa. Se valen de la buena fe de las otras para imponerles su criterio, bajo pena de "excomunion", tipo: "Si no compartes mi criterio eres mala persona.."
ResponderEliminarComo hacen los que se creen con la verdad absoluta.
Un saludo
Miquel, mucha culpa de esto lo tenemos los padres, como dice el autor del texto. Pero soy optimista, cuando venga lo que tenga que venir, el se humano se encontrara que es capaz de hacer cosas que ni se imaginaba. Pero muchos se quedaran en el camino. Y estoy de acuerdo en separar el cristianismo de la versión "multinacional" del catolicismo, la opción comercial y organizativa...
ResponderEliminarUn saludo.
Doctor Krapp además todos te piden que hagas penitencia, ayunos y sacrificios en nombre de tu bienestar "espiritual" o para simplemente apartarte del colectivo del que se han autoerigido como lideres.
ResponderEliminarUn saludo.
Ana, teoricamente es asi, la practica es un poco más complicada porque muchos "iluminados" de estos atacan a tu parte más sensible, más emocional,¿quien no quiere ser solidario y compartir?, ¿a quien no le importa que le clasifiquen como inmoral?. Es una batalla difícil de manejar, porque ellos imponen lo que es bueno y lo que no y la discusión parte de su concepto, si no lo compartes, ya estas desclasificado. Es difícil. Personalmente a mi me ha costado desprenderme de estos complejos que nos quieren poner, pero bueno, se puede.
ResponderEliminarUn saludo
Joselu, ves a gente que no ha dado "un palo al agua" en su vida ir de victimas, si les ofreces trabajos DIGNOS no ponen más que pegas, y no voy a hablar de la secta del feminismo, que se me sube la sangre al campanario. Se aprovechan de la lucha de muchas mujeres que sufrieron tropelías, desprecios y vejaciones, auténticas campeonas de la lucha, para ponerse a su nivel sin los conocimientos, la capacidad y ni una pizca del espíritu que movieron a aquellas. La verdad es que son bastante molestos y ofensivos.
ResponderEliminarUn saludo
Luis Antonio, el problema es que hay muchos que no sabiendo construir se dedican a destruir y criticar, en la vida yo los llamo "esquerosos" porque siempre tienen esa expresion ante todo: "ES que..."
ResponderEliminarUn saludo
Rodericus, la palabra Libertad es muy grande, cabe casi todo, siempre que los integrantes del colectivo no se apropien de su significado para sus intereses. Hay que tener mucha seguridad en uno mismo para no caer en las trampas de este tipo de personas. Creo que esto lo da, en no pocas ocasiones, la edad; cuando a uno ya empieza a preocuparse menos lo que la gente piense o deje de pensar de él.
ResponderEliminarPero es preocupante el nivel de estupidez que estamos cogiendo, supongo que a falta de problemas reales, nos los buscamos o les fabricamos.
Un saludo.
Granuribe50 si ahora se hiciese la música de los 80, no quiero ni pensar lo que dirian algunos "colectivos", imaginate la canción de Siniestro Total que dice:
ResponderEliminarHoy voy a asesinarte, nena
Te quiero pero no aguanto más.
¿Alguien se sintió tentado oyendo esta cancion a asesinar a su pareja? yo creo que no, pero no quisiera pensar lo que diria algun idiota con esta cancion ahora. Es un buen ejemplo de adonde hemos llegado.
Un saludo.
Luiz, ¿tu no eres director de marketing? ¿verdad?
ResponderEliminarUn saludo.
que bonito texto
ResponderEliminarllegué y ahora me voy
RECOMENZAR, puedes volver cuando quieras.
ResponderEliminarUn saludo